Malaka en los siglos VI-V a.C.: la consolidación de una polis fenicio-púnica en el sur de la Península Ibérica.
Bartolomé Mora Serrano
María Amparo Bellvís Giner
2018
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Archivo de Prehistoria Levantina
Vol. XXXII, Valencia, 2018, p. 117-134
ISSN: 0210-3230 / eISSN: 1989-0508
Bartolomé MORA SERRANO a y Ana ARANCIBIA ROMÁN b
Malaka en los siglos VI-V a.C.:
la consolidación de una polis fenicio-púnica
en el sur de la Península Ibérica
RESUMEN: La construcción de una potente muralla a inicios del siglo VI a.C. y su posterior ampliación en
la primera mitad de la centuria siguiente, amortizando un antiguo santuario empórico, ponen de manifiesto la
consolidación de Malaka como el principal enclave urbano en la frontera oriental del Círculo del Estrecho.
Se analizan aquí aspectos poco conocidos como la topografía y trama urbana de la ciudad en el entorno
de la Catedral y el Museo Picasso, junto a la revisión de otros como el control de la Bahía de Málaga y su
hinterland, donde sobresale el caso de Cartima (Cártama) en el curso del río Guadalhorce.
PALABRAS CLAVE: poleis fenicio-púnicas, Malaka, Cartima, urbanismo, metrología.
Malaka in the 6th-5th centuries BC: the consolidation of a Phoenician-Punic polis
in the south of the Iberian Peninsula
ABSTRACT: Malaka was the main urban centre on the eastern boundary of the Circle of the Strait of
Gibraltar. Its importance is physically attested by the construction of strong city walls at the beginning of
the sixth century BC, which were extended in the first half of the following century, incorporating an ancient
emporial sanctuary. This paper analyses some the city’s least known aspects, such as its topography and the
urban plan surrounding the cathedral-Picasso Museum, and revises others, such as the city’s control over
the Bay of Malaga and its hinterland, with particular reference to Cartima (Cártama), located along the
Guadalhorce river.
KEYWORDS: phoenician and punic poleis, Malaka, Cartima, urban plan, metrology.
a
b
Departamento de Ciencias Históricas, Área de Arqueología, Universidad de Málaga.
barmora@uma.es
Taller de Investigaciones Arqueológicas (Málaga).
anaarancibia@gmail.com
Recibido: 30/05/2018. Aceptado: 18/06/2018.
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B. Mora Serrano y A. Arancibia Román
I. INTRODUCCIÓN
Desde las primeras conjeturas en torno a la topografía de la ciudad de Málaga en época antigua formuladas
a inicios del siglo XX, hasta las visiones de conjunto más recientes sobre la Malaka tardofenicia o de
época púnica (Mora Serrano y Arancibia Román 2010; García Alfonso, 2012), se viene insistiendo en
la singularidad topográfica y urbana de este antiguo asentamiento fenicio (fig. 1) cuya fundación se
debe remontar, al menos, al siglo VII a.C.; esto es, compartiendo protagonismo con la última etapa del
famoso asentamiento fenicio arcaico del Cerro del Villar y La Rebanadilla.1 Pero la decadencia y posterior
abandono como poblado de estos enclaves en la desembocadura del Guadalhorce, a lo largo del primer
cuarto del siglo VI a.C., en un contexto general de reestructuración y cambios cada vez mejor documentado
arqueológicamente (Martín Ruiz, 2007: 165-200), sí que coincide con la construcción en Málaga de una
potente muralla que marca, en términos también simbólicos (López Castro, 2003: 89-91), la transformación
de este enclave en una de las principales poleis fenicio-púnicas del sur de la península Ibérica.
Ocupando una posición periférica junto con la cercana Sexs en los límites nororientales del Círculo
del Estrecho, Malaka se convierte ahora en el principal centro político y económico fenicio-púnico hasta
el Cerro del Prado/Carteia. Además, ninguno de los asentamientos de cierta entidad ubicados al este y al
oeste de Malaka, como el entorno de Cerro del Mar-Toscanos, ¿Maenoba?, o Suel (Castillo de Sohail,
Fuengirola) rivalizan con Malaka, que verá potenciado a partir de ahora su papel hegemónico en la comarca,
posteriormente refrendado por Roma (López Castro y Mora Serrano, 2002: 212-214).
Este largo período, que cubre aproximadamente los siglos VI al I d.C., viene siendo objeto de una especial
atención, tanto en trabajos puntuales de campo o de estudio de materiales arqueológicos, como en visiones
de conjunto de indudable interés, a los que en fechas recientes hay que añadir la puesta en marcha de dos
proyectos de investigación, uno autonómico y otro nacional, en el que participan instituciones públicas –
Universidad, Delegación de Cultura, Museo y Ayuntamiento de Málaga– y profesionales bajo cuya dirección
se han realizado la mayor parte de las intervenciones arqueológicas sobre las que aquí nos ocuparemos. Se
trata de una iniciativa ambiciosa que surge con una clara vocación integradora entre realidades que, como
la académica, museística, patrimonial y urbanística, necesariamente deben complementarse en un marco de
actuación muy complejo como son las intervenciones arqueológicas en ciudades históricas.
II. LA CIUDAD NUEVA Y SU DOTACIÓN URBANA
Dentro de un panorama muy desigual en cuanto a la topografía y urbanismo antiguos de la Málaga púnica,
la documentación arqueológica disponible para la etapa que centra nuestra aportación, los siglos VI-V
a.C., puede considerarse relevante, a pesar de sus muchas lagunas,2 sobre todo si la comparamos con otros
enclaves fenicio-púnicos del sur de la península Ibérica, donde no es frecuente contar con datos sobre el
hábitat, necrópolis y ambientes industriales para la época que nos ocupa.
Desde un punto de visto de vista geourbano, Malaka se configura como un asentamiento complejo,
¿plurinuclear?, como se puede deducir, sobre todo, de la ubicación de sus necrópolis que por ahora no
remontan el siglo VI a.C. (Martín Ruiz, 2009: 156). Así, unas se sitúan en el entorno de la colina de
la Alcazaba y el monte de Gibralfaro (fig. 1, nº 2 y 3), a corta distancia del recinto amurallado antes
mencionado, mientras que otras se emplazan a cierta distancia hacia el norte –zona de El Ejido– (fig.
1, nº 4) y sobre todo hacia el oeste, en la margen derecha del río Guadalmedina (fig. 1, nº 8 y 10). Estos
1 Aunque no se descarta que ya en momentos anteriores Malaka ejerciera el control sobre todos los asentamientos fenicios de la
Bahía (Delgado, 2008: 80).
2 Que en buena parte deben justificarse por la reocupación de estos espacios en momentos posteriores, especialmente en época
tardorromana, con la construcción de grandes complejos industriales, sobre todo cetariae.
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1. Gibralfaro
2. N. Campos Elíseos
3. N. Alcazaba
4. N. El Ejido
5. Cister
6. N. Beatas
7. N. Andrés Pérez
8. N. Trinidad-Tiro
9. San Pablo
10. N. Mármoles
Fig. 1. Reconstrucción de la línea de costa Antigua, sobre la topografía actual. Se muestran los principales puntos
arqueológicos citados en el texto.
dos sectores, excéntricos respecto al núcleo urbano principal situado en el entorno de la Alcazaba y la
Catedral, que también cuentan con una extensa necrópolis –la de los Campos Elíseos y la más selecta de
Mundo Nuevo–, denotan un temprano y constante interés por el control estratégico y aprovechamiento de
recursos del entorno. La necrópolis de El Ejido, donde recientemente ha aparecido una imponente tumba
de sillares con un rico y exótico ajuar (García González et al., 2013),3 se ubica en un promontorio arcilloso
que combina su valor estratégico en el acceso norte de la ciudad con su potencial aprovechamiento alfarero
(Mora Serrano y Arancibia Román, 2010: 820). La del entorno de las calles de Mármoles-Zamorano, al otro
lado del río Guadalmedina, cercana al antiguo poblado orientalizante de San Pablo, debió tener su razón
de ser en el control y aprovechamiento de su paleoestuario (Mora Serrano y Arancibia Román, 2010: 821).
A principios del VI a C se producen cambios importantes en la topografía urbana de la ciudad,
concretamente en su área nuclear. Es en este momento cuando se amortizan construcciones preexistentes,
como el santuario e instalaciones industriales4 para generar otras nuevas. Esta reorganización tiene como
principal referente, topográfico –y simbólico– la construcción de un potente recinto defensivo, por ahora
sólo localizado en los flancos norte y oeste de la ciudad (fig. 2).
3
4
Tan singular hallazgo se presta a diferentes interpretaciones, siendo la más reciente la del profesor M. Torelli (2018).
Y posiblemente también una línea de muro de la que solo quedan restos de la cimentación con una anchura de algo más de 1,60
m, localizada en las excavaciones del Museo Picasso-Málaga. Podría tratarse de un caso similar al constatado en otros puntos de
la península Ibérica, en el que a construcciones defensivas simples datables en el siglo VII a.C. le suceden otras ya más complejas
(Prados y Blánquez, 2007: 62).
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Fig. 2. Trazas de la muralla fenicio-púnica
de Malaka en sus sectores Norte (Museo
Picasso) y Oeste (calle Císter).
En el caso de Malaka, los frentes de muralla localizados en el Museo Picasso al norte, San Agustín5 y
Cister al oeste, se datan en el primer cuarto del siglo VI a.C. En su frente mayor conserva algo más de 11
m de largo y alcanza una altura entre los 2,5 y 4 m. Su construcción consta de dos muros paralelos de 0,70
m de grosor, con una compartimentación interna realizada por una serie de pequeños muros transversales a
manera de tirantes que se adosan a los mayores (fig. 3), creando espacios huecos o cajones que se rellenan
de tierra y piedras, o con capas de arcilla muy compactadas. El conjunto en total presenta una anchura en
torno a los 2 m, y la técnica constructiva empleada muestra un aspecto sólido, gracias al uso de piedra
caliza de mediano y gran tamaño, bien careada, con la ayuda de arcilla como aglutinante y ripio pequeño.
Su cara interna se asienta directamente sobre el nivel geológico, mientras la externa, mal documentada por
la ampliación del sistema defensivo realizado con posterioridad, en el siglo V a.C., no presenta zócalo o
cimentación, pero se observa un engrosamiento en la base que muestra un ligero perfil en talud. Tanto en
cronología como en su edilicia, la muralla de Malaka tiene sus mejores paralelos en las documentadas en
Abdera y Baria (López Castro, 2009: 464-465, 469).
5
Los restos localizados por A. Recio (1990) en el antiguo colegio de San Agustín, contiguos al actual Museo Picasso, y asociados
a cerámicas griegas arcaicas, contribuyeron decididamente a plantear la existencia de un asentamiento fenicio estable en la ciudad
de Málaga, al menos a partir del siglo VI a.C. A los indicios de una presencia y, posiblemente, ocupación más temprana en el
entorno de la colina de la Alcazaba, hay que sumar las noticias sobre el hallazgo de cerámicas fenicias del siglo VIII a.C. en el
monte Gibralfaro (Arteaga, 1987: 213-214), si bien algunos sondeos allí realizados sólo han documentado restos de estructuras
poco definidas asociadas a materiales datados entre los siglos VI y III a.C. (Martín Ruiz, 2014).
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Fig. 3. Superposición de la muralla (ss. VI-V a.C.) sobre el santuario fenicio.
Entre finales del VI y los primeros años del V a.C., se produce una remodelación intensa de las murallas
de Malaka, al menos en los sectores hasta ahora documentados. De este nuevo sistema defensivo, algo más
complejo y singular en algunos aspectos, se conservan unos de 27 metros, con varias torres distribuidas
en los flancos oeste y norte (fig. 4). En el sector norte, aprovechando la muralla antigua como paramento
interior se construye un nuevo muro, también de mampostería trabada con arcilla rojiza, con un grosor
de 1,50 metros, dejando entre los dos un corredor o camino de ronda de 2,8 metros de anchura. A este
último lienzo se le añaden una torre y una serie muros que definen habitaciones rectangulares, a manera de
casamatas o casernas, de las que hemos podido documentar tres, completando así la estructura defensiva
(Arancibia Román y Escalante Aguilar, 2006: 347-353; Arancibia Román y Fernández Rodríguez, 2012:
60-62). Los muros presentan hiladas de mampostería regularizada con la ayuda de pequeñas cuñas, siendo
la piedra caliza la más utilizada, aunque también se documenta grauvaca, granito y pizarra. La adaptación al
Fig. 4. Vista del lienzo de muralla y torre en calle Císter.
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Fig. 5. Torre en lienzo norte
(Museo Picasso).
terreno hace que parezca una construcción en talud hacia su zona externa que nos recuerda otras soluciones
similares en yacimientos orientalizantes, con independencia de que en este caso se pueda justificar por
la ausencia de cimentación. En algunos sectores se han localizado potentes derrumbes de tapial o barro
correspondientes al alzado de los muros.
Hacia su lado noroeste la prolongación del sistema defensivo documentado se complementa con una
serie de muros transversales con una anchura de 0,90 metros, que delimitan dos habitáculos –de unos
17 m2 y 6,10 m2 respectivamente– y uno más del que solo se ha podido localizar parte de su relleno. Es
interesante la constatación en el espacio situado más al oeste de adobes superpuestos cuya función parece
ser la de colmatar la casamata, y así dar una mayor consistencia a la estructura. Por su parte, la ampliación
realizada en el flanco oeste es también compleja. La muralla del VI a.C., ya citada, se modifica adosándole
hacia su lado exterior una potente línea de muro (fig. 5). Ésta presenta un espesor de 3,20 m, y se ejecuta
mediante dos muros paralelos de 0,70 m de anchura, cuyo interior está relleno con piedras y tierra formado
una estructura maciza. Además, remodela los elementos pertenecientes a la muralla del VI a.C., anulando
el baluarte y el foso que utiliza como parte del macizado interno de la estructura defensiva, alcanzando el
conjunto algo más de 7 m de espesor, al igual que en el flanco norte que llagaba hasta los 7,20 m.
La construcción de una fortificación supone una empresa de gran magnitud que exige una
planificación previa, pero sujeta a cambios. Así, asumiendo un aspecto unitario para la misma, la línea
defensiva de la ciudad púnica parece que debió conformarse mediante lienzos adosados por tramos, con
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soluciones prácticas que permitían aunar eficacia y rentabilidad como se desprende, por ejemplo, del
aprovechamiento de una parte de la muralla del VI a.C. Sin pretender la búsqueda de paralelos exactos
para las murallas de Malaka,6 el yacimiento conocido como Altos del Reveque (Dalías, Almería) puede
servir de referencia para nuestro caso, pues en un territorio cercano, en el área de influencia de Abdera,7
se localiza un recinto amurallado de doble paramento con compartimentos interiores y reforzado por
torres cuadrangulares.8
Una constante en la topografía antigua de Málaga, también para la época que nos concierne en este
trabajo, los siglos VI-V a.C., es la ocupación urbana del espacio intramuros anteriormente citado, y hoy
día delimitado por la Catedral, el Museo Picasso-Málaga y la colina de la Alcazaba. Si bien de este último
enclave no hay más que indicios indirectos, resulta ilógico que esta suave elevación no fuera desde un
principio aprovechada por sus condiciones defensivas y de control visual de la costa, pero también como
parte del primitivo asentamiento urbano9 que por otro lado encajaría muy bien en lo que conocemos para otros
enclaves fenicio-púnicos del sur hispano como el Castillo de Doña Blanca, Abdera y Baria (López Castro,
2009: 466), por citar algunos casos bien conocidos. Pero lo cierto es que los únicos datos consistentes hasta
ahora disponibles sobre el urbanismo de la Malaka púnica en este sector se concentran en un promontorio
amesetado de unas 7 ha que ocuparía una posición central entre dos ensenadas, la del entorno de la Aduana,
al este y la de la Plaza del Obispado al oeste, con buenas condiciones como fondeadero.10 El límite norte de
la ciudad quedaría delimitado tanto por la muralla antes citada, como por un sector suburbano en el entorno
de la actual calle Granada; si bien el hito más reseñable serían las tumbas hipogeas de la ladera norte de la
colina de la Alcazaba, conocidas también como Mundo Nuevo.
Documentada sólo una de ellas y de manera muy parcial antes de su desgraciada destrucción, hay
indicios suficientes para identificarla como una de las principales necrópolis de la ciudad, en la que
además de tumbas hipogeas también pudieron existir otros enterramientos más antiguos, a juzgar por
las referencias al hallazgo de urnas del tipo Cruz del Negro (Martín Ruiz, 2009: 152-153). La única
tumba de cámara documentada tuvo un uso prolongado en el tiempo con hasta cuatro enterramientos de
inhumación, el último de los cuales podría situarse en los años finales del siglo V a.C. o poco después.
Entre los materiales recuperados, bien formando parte de los ajuares funerarios o en el exterior de la
cámara, destaca para el caso que nos interesa la presencia de materiales cerámicos datables en el siglo
V a.C. Este es el caso, entre los de adscripción fenicio-púnica, de un ánfora del tipo T-11213 y de varios
fragmentos de copas áticas de barniz negro, una de las cuales podría pertenecer al tipo Cástulo (Martín
Ruiz, 2009: 153).
Conviene llamar la atención en el hecho de que esta construcción, cuyo inicio se sitúa en el siglo VI
a.C., es contemporánea a las murallas y edificios documentados en su interior; un elemento para tener en
cuenta a pesar de su deficiente conservación y limitada documentación a la hora de comparar técnicas
edilicias y metrología.
6 Una cuestión por otro lado criticada en recientes trabajos que asumen la existencia de variaciones locales a partir de modelos
comunes (Prados Martínez y Blánquez, 2007: 60). Debe recordarse, además, que sólo conocemos los sectores Oeste y Norte de
este recinto murario que, posiblemente, se ajustaba a la mencionada loma amesetada delimitada al este por la vaguada detectada
en las excavaciones en los jardines de Ibn Gabirol, mientras por el lado sur se especula con su continuidad en el lienzo, ya de
factura más tardía, localizado en la calle Juan de Málaga (Mora Serrano y Arancibia Román, 2010: 827).
7 El lienzo de muralla documentado en la campaña de 2006-2007 en Adra, resulta de especial interés para el caso malacitano, no
sólo por insistir en la importancia de la aparición de murallas en esos inicios del llamado Período Urbano, sino por el hecho de
documentarse también una asociación entre la construcción de la muralla y la amortización de construcciones anteriores, en este
caso un pavimento de cal quizás perteneciente a una vivienda (López Castro et al., 2010a: 97-99).
8 Aunque su funcionalidad no fue urbana, sino posiblemente militar (López Castro et al., 2010b: 41-42).
9 Apuntado ya con anterioridad (López Castro y Mora Serrano, 2002: 183), se deben valorar con cautela algunos vestigios de dicha
ocupación antigua.
10 A lo que cabría añadir, como se ha comentado antes, la desembocadura del río Guadalmedina (Arancibia Román y Mora Serrano,
2012: 821; Martín Ruiz, 2014).
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Fig. 6. Ampliación de la muralla en el siglo V a.C., mostrando los cambios en la orientación de las construcciones
domesticas.
Las construcciones documentadas intramuros, pertenecientes a una segunda fase constructiva en el solar
parecen tener, en principio, una funcionalidad claramente doméstica (fig. 6). Se trata de un modelo de casa
típicamente oriental con buenos paralelos en los territorios malacitanos, cuyos más cercanos referentes
los encontramos en el Cerro del Villar (Delgado, 2008: 76-77). De planta rectangular o cuadrada, llama la
atención una articulación de espacios a partir de un patio central. Las viviendas presentan, en algunos casos,
dobles muros para elevar pisos superiores con techos planos, lo que permite su uso como almacenes, áreas
de trabajo y para recogida de agua de lluvia que es conducida a cisternas o pozos. En suma, una arquitectura
típicamente fenicia, bien constatada, como se ha dicho, en yacimientos malacitanos de la desembocadura
del Vélez y Algarrobo, pero sobre todo en Gadir, en las excavaciones del Teatro Cómico, así como en
diferentes puntos del SE peninsular (Gener Basallote et al., 2014: 34; López Castro, 2014: 129-137).
III. EL SIGLO V A.C.: APOGEO Y REFORMAS URBANAS
Resulta difícil valorar los motivos que llevaron, a inicios del siglo V a.C., a una profunda remodelación
de la muralla, al menos en los sectores documentados –el norte y el oeste (fig. 6)– que como se ha dicho
engloban el sector de la ciudad situado entre la Catedral, el Museo Picasso-Málaga y la ladera noroccidental
de la colina de la alcazaba (Arancibia Román y Escalante Aguilar, 2006: 349-351; Suárez et al., 2007:
223-224.). No parece tratarse de la necesidad de ampliar el espacio intramuros, al menos en los puntos
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Fig. 7. Vista aérea de las excavaciones del Museo Picasso con el detalle de las construcciones domésticas
localizados, dado que los nuevos tramos murarios prácticamente se adosan a los anteriores, utilizándolos
como apoyo o refuerzo del sistema defensivo de la ciudad ya existente. No obstante, la remodelación de la
muralla en siglo V a.C., no resulta ajena a cambios que se detectan, ahora, en las edificaciones intramuros.
No podemos afirmar, por falta de evidencias suficientes, que la significativa transformación que se observa
en las casas de los siglos V-IV a.C. que se asientan sobre los edificios anteriores obedecieran a las mismas causas
que obligan a reforzar la muralla, al menos en los sectores documentados. No obstante, esta posibilidad resulta
muy sugerente pues implicaría una intensa actividad edilicia de un sector de la ciudad en estos momentos.
Lo cierto es que estas nuevas construcciones mantienen algunas similitudes con las anteriores que ahora
amortizan (fig. 6), pero también presentan interesantes novedades; siendo las más relevantes los cambios en
orientación y, en parte, de modulación. Así, las nuevas edificaciones reducen considerablemente su espacio
con respecto a las de la etapa anterior, dominando también las habitaciones de tendencia rectangular, con
pequeños pasillos de acceso que generan espacios más estrechos, y donde ha desaparecido también el patio
o espacio central; al menos en los espacios identificados en el solar excavado. Esta generalizada reducción
del tamaño de dependencias o habitaciones, parece indicar una mayor concentración urbana y un mejor
aprovechamiento de las zonas edificables que puede responder tanto a un aumento de la población, como a
cambios socio-económicos cuyas causas y alcance se nos escapan.
Los muros de estas casas presentan un zócalo de mampostería y alzado realizado con adobes intercalados
por líneas de cal, con enlucidos en su cara exterior (fig. 7). La solidez de estas habitaciones lo evidencia el
uso prolongado de las mismas, como una continua superposición de pavimentos, arcillas, líneas de cal.11
Tales cambios tienen también su reflejo metrológico, pues si los muros de las construcciones anteriores,
del siglo VI a.C., presentaban una anchura de unos 45-47 y 49 cm, ahora se acercan más al codo de ca. 52
cm, pero conviviendo con otros de ca. 70/73 cm que parecen aludir a la coexistencia en esta nueva etapa
de diferentes módulos.
11 Como también se documenta en otros enclaves cercanos como Abdera (López Castro, 2009: 465-466).
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La primera de estas medidas podría relacionarse a su vez con el codo egipcio pequeño o común, cuyo uso
está bien atestiguado en Oriente en contextos sirio-palestinos (Barresi, 2007: 16-18), así como en Cerdeña
y Norte de África, asociado además a un pie o 2/3 del codo de ca. 30 cm. Se trata de unas proporciones
–pie de 30 cm y codo de 45 cm– que ha sido relacionada con la edilicia gaditana (Almagro-Gorbea, 2013:
168 y n. 46),12 pero también constatada con algunas oscilaciones en yacimientos malagueños de Trayamar
y Chorreras (Belén Deamos et al., 1993: 226).13 Por su parte, la medida de ca. 52 cm que presentan como
media los muros de las construcciones del siglo V a.C. encajan mejor con el codo denominado ‘púnico’,
que a su vez deriva del codo egipcio “real o grande”, también documentado en la edilicia hispana de origen
oriental (Barresi, 2007: 19; López Castro, 2010: 31; García Menárguez et al., 2017: 57).14
No obstante, y a falta de un estudio monográfico al respecto, todo parece indicar que las dos fases de
las murallas de Malaka son compatibles con el codo de ca. 45 cm, en combinación con el pie de 30 cm
p.e. el muro de San Agustín de 1,60 m = 3,5 codos; los 0,70 m de los cajones que conforman la primera
muralla = 1,5 codos. Ya para las construcciones de la segunda fase, datables en el siglo V a.C., los 1,5 m
del muro de mampostería documentado en el sector norte lo aproximan más al codo “púnico” de ca. 52
cm, que identificamos también en las construcciones domésticas de esta segunda fase. No obstante, las
medidas de 0,90 m y 0,70 m constatadas en los sectores norte y oeste, apuntan al mantenimiento del codo
de 45 cm (ca. 2 y 1,5 codos, respectivamente). La posibilidad de una convivencia entre ambos patrones
(Jodin, 1975: 73; Barresi, 2007: 22), también ha sido apuntada para la arquitectura fenicia de Chorreras
(Aubet et al., 1979: 99).
Por último, cabe destacar que la remodelación de las murallas afecta también, aunque de un modo
parcial, al urbanismo intramuros. Una de esas novedades es habilitar un espacio de camino de ronda
o calle entre el lienzo interior y las nuevas edificaciones que se mantiene fosilizado hasta entrado el
siglo II a.C. (Arancibia y Escalante, 2006: 354-355), el otro es el cambio de orientación de las casas
que están más cerca de los nuevos lienzos de muralla, N/S, que contrasta con la NE/SO que mantienen
las demás construcciones; la misma que presentan las del siglo VI cuyos muros les suelen servir de
cimentación.
IV. MALAKA PUERTO INTERNACIONAL Y EMPORIO REGIONAL
Entre el repertorio de cerámicas procedentes de las excavaciones del Museo Picasso-San Agustín y
calle Císter, destacan las producciones fenicio-púnicas, importaciones griegas y locales. A pesar de
no disponer todavía de datos definitivos, y por lo tanto cuantitativos, cabe destacar en primer lugar la
presencia considerable de ánforas con respecto a etapas anteriores, destacando las T-11213 (fig. 8, nº 1-3),
aunque también se contabilizan algunos ejemplares de origen griego –Massalia– o imitaciones de estas
producciones como las documentadas en el alfar gaditano de Campo Soto (Ramon et al., 2007: 197).
En cuanto a la vajilla de mesa y cocina destaca la casi total desaparición de decoración, que se reduce a la
utilización de pintura monocroma de color negro, con bandas paralelas que se reparten bien en el borde en el
tercio superior del cuerpo. También en algunos casos se trata de engobe claro o blanquecino que cubre toda la
12 Este codo de 45 cm podría relacionarse con el codo “corto” egipcio, o el codo pequeño que identifica Jodin en la arquitectura púnica
norteafricana (Jodin, 1975: 14). No obstante, los estudios metrológicos de las estructuras documentadas en el Teatro Cómico (Gener
Basallote et al. 2014: 35-36), lo asocian –mayoritariamente– al mencionado ‘codo púnico’, o real egipcio (52,35 cm).
13 En el caso de Malaka, esta medida estaría atestiguada en las primeras construcciones documentadas en la ciudad, concretamente
en el santuario, cuyos bancos corridos miden 45 cm (Arancibia Román y Escalante Aguilar, 2006: 344; Arancibia y Mora,
2018: 327-328).
14 No deben descartarse del todo otras posibilidades metrológicas como el codo “fenicio” de 47,086 cm (Glotz, 1948: 22), o
incluso la posibilidad de ajustes locales como el propuesto para Toscanos de 49 cm y de 48 cm en Chorreras (Arnold y Marzoli,
2009: 448-449).
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Fig. 8. Selección de vajilla y ánforas (1-3: T.11.2.1.3; 4: T.10.2.1.2; 13-15: T.8.2.1.1) jonio-massaliota (10-11); y
griegas (20-23).
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pieza y presenta hacia el exterior un acabado alisado. Entre las formas mejor documentadas están los lebrillos
con pintura monocroma, sin decoración, con diámetros mayores, cazuelas policromas, cuencos semiesféricos
de bordes entrantes, etc. Un aspecto que llama la atención es el de la cerámica local ibérica, prácticamente
ausente en los contextos que comentamos, pero que sí aparece, aunque en muy pequeña cantidad, en algunos
enterramientos de urbanos como el hipogeo de Mundo Nuevo, ya citado, y el de calle Mármoles, en la orilla
derecha del río Guadalmedina (Marín Ruiz et al., 2003:146; García Alfonso, 2013: 132).
Más compleja es sin embargo su interpretación en clave étnica, esto es, como posible reflejo de la
presencia de grupos de población indígena en la ciudad. En efecto, considerando como muy probables
los fenómenos de mestizaje y, sobre todo, de un temprano y activo contacto entre poblaciones de origen
fenicio-púnicas e indígenas, apuntado ya para el vecino Cerro del Villar y también para el asentamiento de
San Pablo en la misma Malaka,15 no contamos con otros posibles testimonios más explícitos al respecto
como podrían ser los funerarios, que sí se aprecian por ejemplo en la importante necrópolis de Villaricos,
la antigua Baria, si bien para momentos más tardíos. Pero estos estrechos contactos entre las poblaciones
ibéricas del entorno, sobre todo con el Valle del Guadalhorce, quedan bien de manifiesto en un enclave
cercano a Malaka como es el Cerro de la Tortuga.
Este interesante yacimiento, por desgracia nunca excavado sistemáticamente y del que por lo tanto sólo
podemos valorar las descripciones y materiales recuperados en superficie (Muñoz Gambero, 2009: 201),
puede considerarse como un santuario rural de Malaka que posiblemente sustituyera, a partir del siglo VI a.C.
o mejor desde la centuria siguiente, al santuario empórico ya amortizado por la muralla (Mora y Arancibia,
2010: 284; López Castro y Mora Serrano, 2002: 191),16 como privilegiado punto de intermediación entre
Malaka y las poblaciones indígenas de su entorno. Entre los materiales recuperados en superficie destaca la
abundante presencia de cerámica ibérica, coincidiendo formas y decoraciones regionales, bien documentadas
en otros asentamientos ibéricos del entorno (Perdiguero, 2002: 95),17 con otras típicas del Alto Guadalquivir
y Sureste que marcan, en sentido inverso, los antiguos contactos de la costa malacitana con la campiña del
interior de Andalucía, pero también con los distritos mineros de Sierra Morena.
Sin olvidar la estratégica ubicación de Aratispi (Cauche el Viejo), la vía del Guadalhorce ha sido,
como hoy también, la principal conexión de la Bahía de Málaga con la Depresión de Antequera y, en
consecuencia, con los ricos recursos agropecuarios y mineros del interior bético (Sillières, 1990: 401, 412420). El control ejercido sobre esta antigua ruta terrestre por el asentamiento fenicio del Cerro del VillarRebanadilla, pasa a ejercerlo Malaka posiblemente ya desde finales del VII a.C. y con toda seguridad tras el
abandono de estos enclaves como núcleos de poblamiento estables a principios de la centuria siguiente. En
el siglo V a.C. esta reforzada conexión contaba con un acceso principal en el oppidum18 de Cártama (fig. 9,
nº 8), la Cartima de las fuentes, y una probable estación intermedia en el santuario del Cerro de la Tortuga
(fig. 9, nº 2), que dominaba como se ha dicho el acceso a la ciudad por la vía terrestre que luego se consolida
en época romana (López Castro y Mora Serrano, 2002: 203-204).
15 Como se ha defendido en referencia al papel jugado por las características y distribución de las cerámicas en los ambientes
domésticos del Cerro del Villar (Delgado y Ferrer, 2007: 23-29; Delgado, 2008: 82). No obstante, de la antigüedad de estas
relaciones en cuanto al registro arqueológico malacitano se refiere, debe citarse la presencia de un cuenco cerámico de producción
indígena, singular por su decoración bruñida en combinación con gotas de plata en el borde y carena, pero sobre todo por formar
parte del ajuar funerario de una tumba de la necrópolis fenicia del Cortijo de San Isidro, asociada a La Rebanadilla (Juzgado
Navarro et al., 2016: 111-113).
16 Este modelo de control territorial a partir de marcadores religiosos ha sido apuntado por López Castro (2009: 470) para el
santuario rural de Baria (Villaricos).
17 E indirectamente también justifican la presencia de materiales tan exóticos y singulares como la greba de bronce que formaba
parte de un ajuar funerario de la necrópolis de Arroyo Judío, cuyo mejor paralelo lo encontramos en la necrópolis alicantina de
Cabezo Lucero (Caballero Cobos, 2008: 356).
18 Un término, de uso común y por otra parte ambiguo (Fumadó Ortega, 2013: 178-181) aplicado a diferentes yacimientos
malacitanos, en este caso, que debería sustituirse para el de Cartima por el de polis, dada su entidad urbana, por otra parte bien
conectada con Malaka.
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Fig. 9. Ubicación de Malaka (1) y los principales yacimientos citados en el texto: 2 C. de la Tortuga; 3 Centro alfarero
de Carranque-Juan XXIII; 4-5-6 Desembocadura del Guadalhorce, enclaves de Cerro del Villar, Rebanadilla y hornos
púnicos; 7 Toscanos-Cerro del Mar y alfar de Los Algarrobeños; 8 Cartima-Cártama; 9 Iluro-Álora; 10 Aratispi-Cauche
el Viejo, Antequera.
Recientes excavaciones en el centro histórico de Cártama insisten en el interés arqueológico de este
importante enclave, sobre cuya adscripción etnocultural se sigue especulando. La plausible raíz semita de
su topónimo –Qart–, quizás esconda la estrecha relación con Malaka, en un modelo de proyección o control
territorial que se asemeja al de Baria-Tajilit, y del que en fechas posteriores se hace eco Plinio (Nat. 3.8) en
su referencia: Malaca cum fluvio foederatorum (López Pardo y Suárez Padilla, 2010: 783; Mora Serrano y
Arancibia Román, 2010: 823-824).
Aunque se viene asumiendo que el río Guadalhorce fue navegable –se entiende que mediante barcazas–,
hasta precisamente la altura de Cartima (Spar, 1983: 164, 167; Parodi Álvarez, 2008: 120-121), todo parece
indicar que la consolidación de Malaka como centro político y económico en época púnica conllevó también
la potenciación de la mencionada ruta terrestre jalonada por el santuario del Cerro de la Tortuga (fig. 9, nº
2) a su paso por Teatinos, relegando a un papel secundario, si no doméstico, la en otro tiempo estratégica
desembocadura del Guadalhorce.
Pero el abandono como poblado del Cerro del Villar y La Rebanadilla (fig. 9, nº 4-5) se complementa con
la continuidad del poblamiento fenicio-púnico en la zona, a lo que hay que añadir también la presencia de
población indígena –término por cierto ambiguo si no inexacto en estos momentos y contexto geográfico–,
de la que sólo cabe discutir su grado e intensidad de hibridismo, en yacimientos conocidos como Loma
del Aeropuerto, El Tarajal, El Atabal, entre otros, a los que cabría añadir el más recientemente constatado
de Las Marismas de Guadalmar (López Pardo y Suárez Padilla, 2010: 788-790), con dataciones todavía
poco precisas pero en su mayoría activos desde al menos el siglo VI a.C. hasta época tardopúnica o
romanorrepublicana.19
Estos asentamientos vinculados a la explotación de los recursos pesqueros y agrarios, pero exponentes
también de la potenciación de poblamiento rural por parte de las poleis feniciopúnicas (López Castro 2008,
157-158; Pardo Barrionuevo, 2015: 94-96), tiene un destacado añadido en la industria alfarera. El conocido
19 En la bibliografía se les considera asentamientos indígenas –iberos–, semitas o bien ibero-púnicos (Recio, 2002: 59; Delgado,
2008: 81).
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horno púnico del Cerro del Villar, no sólo confirma la continuidad de una especialización alfarera en la
Bahía de Málaga que arranca desde época fenicia arcaica (Delgado, 2011: 19), sino que marca también el
despegue de la industria de salazones y salsas de pescado, ya bajo el control de la ciudad de Malaka.
La producción importante de ánforas MP A4a (T-11213) en el horno púnico del Cerro del Villar
(Aubet et al., 1999: 128, 132-134; Sáez Romero et al., 2004: 47) (fig. 9, nº 6), implica el mantenimiento
de las costas malacitanas en el ámbito cultural –¿y económico?– de Gadir, donde surgen y se difunden
esta y otras tipologías cerámicas de prestigio (Sáez Romero et al., 2004, 49, 53) que también son
elaboradas con pequeñas variantes en otros enclaves fenicio-púnicos de las costas malagueñas, como
vemos en el recientemente documentado alfar de Los Algarrobeños (Vélez-Málaga) (fig. 9, nº 7), en las
proximidades de Cerro del Mar, ¿Maenoba? (Martín Córdoba et al., 2006: 278-282). A falta de un estudio
arqueométrico preciso y de un muestreo mínimamente válido,20 no resulta extraño que el grueso de las
ánforas del tipo A4a documentadas en Malaka, tanto en ambientes domésticos como las excavaciones
del Museo Picasso-Málaga, y en el santuario del Cerro de la Tortuga, proceden del Cerro del Villar. Por
otro lado, la presencia de algunos defectos de cocción de A4a procedentes de La Rebanadilla, abre la
posibilidad de que la producción especializada de este tipo de envases se extendiera a otros puntos de la
desembocadura del Guadalhorce.
Un aspecto que nos resulta sin embargo llamativo es la ausencia de otras producciones anfóricas
herederas o continuadoras de la anterior como sucede con las A4 evolucionadas o T-12111/2 en la
desembocadura del Guadalhorce, ni tampoco, aunque hay algún indicio poco claro al respecto – en las
zonas industriales documentadas en las cercanías de Malaka, sobre todo aunque no exclusivamente en
la margen derecha del río Guadalmedina, que por el momento sólo confirman la fabricación de C2b
–T-7432/3– junto a otras formas de origen itálico (Mora Serrano y Arancibia Román, 2010: 830; Mateo
Corredor, 2015: 187) (fig. 9, nº 3). Esta anómala situación contrasta con la continuidad en la producción
de este tipo de ánforas salsarias en el entorno de la desembocadura del río Vélez, concretamente en
el ya citado alfar de Los Algarrobeños, cuya producción se ha considerado excedentaria en la zona,
dejando abierta la posibilidad de que satisficieran la demanda de otros centros cercanos, quizás Malaka
(Martín Córdoba et al., 2006: 283, 285). En todo caso, la cronología asignada a esta ánfora abarca la
práctica totalidad del siglo V a.C., y destaca por ahora un modelo de distribución espacial que recuerda,
lejanamente, a los de otros centros como Gadir o incluso Lixus, en los que los alfares se sitúan a una cierta
distancia de las respectivas ciudades que los controlan, justificando al menos en parte el aprovechamiento
de la excelente calidad de las arcillas locales, en nuestro caso las del este entorno Guadalhorce (Delgado,
2011: 19), que perduran hasta época romana.
Por otro lado, aunque es cierto que cabe la posibilidad de que estas ánforas –T-11213 y formas afines– se
dedicaran a contener otros productos como vino y aceite, su asociación mayoritaria con las salazones y salsas de
pescado es incuestionable (Sáez Romero, 2010: 305) y, por ende, constituye un claro indicio, aunque indirecto,
para su asociación con la industria salazonera. Aunque no conocemos testimonios tan tempranos sobre cetariae
púnicas en la Bahía de Málaga (Sáez Romero, 2012: 274, 280), sin descartar su posible existencia en el entorno de
la desembocadura del Guadalhorce, cabe plantear la posibilidad de que el grueso de esa primera industria salsaria
de la Málaga púnica se ubicara en uno de los puntos donde también se constata para épocas posteriores una
concentración de dichas instalaciones, como es la ribera occidental de la desembocadura del río Guadalmedina
20 Los avances en este campo de estudio en los últimos años son significativos y los estudios ya iniciados sobre la caracterización
arqueométrica de las “pastas Málaga”, centrados sobre todo en la producción anfórica de época fenicio-púnica (Mateo Corredor,
2015: 186-191) y romana (Corrales et al., 2011), prosiguen en la actualidad en el marco de nuestro proyecto de investigación
(HAR2015-68669-P) ampliándose a los materiales recuperados en las excavaciones de la antigua Rusaddir (Melilla), junto a
colaboraciones con otros proyectos de investigación como el patrocinado por el Fitch Laboratory de la British School at Athens:
Provision of comparative samples for the Punic Amphora Building Project, coordinado para los materiales malacitanos por el Dr.
Antonio Sáez Romero (Universidad de Sevilla).
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(Corrales y Corrales, 2012: 380).21 Al aprovechamiento de sus condiciones portuarias se unirían esta y otras
posibles actividades que, en su conjunto, justificarían por esta vía la temprana ocupación de este sector, alejado
del centro o área nuclear de la ciudad y por ahora únicamente conocido por sus necrópolis (Mora Serrano y
Arancibia Román, 2010: 821; Arancibia Román y Mora Serrano, 2017) (fig. 1, nº 8 y 10).
V. CONCLUSIONES
Como activo puerto de comercio, Malaka hereda del Cerro del Villar su condición de principal receptor de
cerámicas griegas en la Bahía de Málaga; hecho bien documentado para el siglo VI a.C., pero en menor
medida para las dos centurias siguientes. En este sentido, el conjunto de materiales griegos de los siglos V-IV
a.C. recuperados en las excavaciones del Museo Picasso-Málaga y Císter –que se suman a los ya conocidos
del Teatro romano (Domínguez Monedero, 2006: 63-64)– proporcionan datos valiosos, con independencia
de su todavía prematura valoración estadística. Destacan entre las cerámicas griegas las copas del tipo
Cástulo, pero sobre todo los cuencos, también en barniz negro, que se harán más abundantes durante la
primera mitad del siglo IV a.C., en algunos casos asociadas a grafitos en escritura púnica. Cabe llamar la
atención sobre su contexto claramente urbano y no funerario o cultual, que hasta ahora proporcionaban los
otros hallazgos en contexto procedentes de Málaga y su hinterland, como vemos en el santuario del Cerro
de la Tortuga y en Cártama.
Del Cerro de la Tortuga, cabe destacar la presencia de cerámicas griegas, vasos de barniz negro, sobre
todo, aunque a tenor de lo publicado las piezas datables con seguridad en el siglo V a.C. presentan una
desigual proporción respecto a las del IV a.C., en consonancia también con los datos hasta ahora conocidos
para otros enclaves del litoral andaluz.22 Para el caso de Cártama, los niveles de habitación recientemente
excavados y todavía inéditos, datados entre los siglos V-IV a.C., confirman la pujanza de este estratégico
yacimiento arqueológico donde destaca la abundante presencia de ánforas púnicas y cerámicas áticas de
barniz negro. No obstante, los datos por ahora más concluyentes en este sentido proceden de la conocida
como necrópolis oeste de la ciudad, uno de los conjuntos más representativos de este tipo de producciones
en los territorios malacitanos, entre los que cabe destacar la presencia de copas Cástulo, además de figuras
rojas, sobre todo copas de pie bajo en algunos casos atribuibles al Pintor de Jena.23
El estado actual de las investigaciones arqueológicas sobre la ciudad de Malaka parecen consolidar
antiguas teorías y plantear otras nuevas, gracias al refrendo que proporcionan los recientes trabajos de
excavación y los sucesivos estudios centrados en excavaciones antiguas y hallazgos puntuales, o bien en las
igualmente necesarias visiones de conjunto. A lo largo de estas líneas se ha querido insistir en la importancia
de la Bahía de Málaga, y de los dos ríos que definen y condicionan el poblamiento fenicio de estos territorios
en los límites orientales del Círculo del Estrecho. A partir del siglo VI a.C., una vez roto el equilibrio entre
ambos asentamientos ribereños a favor del situado cerca del Guadalmedina, Malaka aparece como la principal
entidad político-económica de un extenso territorio, con la Bahía de Algeciras y la futura Carteia como
límite occidental, aunque quizá también proyectara su influencia hacia el este, eclipsando al en otros tiempos
importante conjunto de asentamientos de las desembocaduras de los ríos Vélez y Algarrobo.
21 Pero sin descartar otros puntos más cercanos al primitivo asentamiento de la ciudad, en el entorno de la colina de la Alcazaba y
la Catedral. No obstante, esta posibilidad parece quedar en entredicho por los indicios, aunque parciales por la escasa superficie
excavada, que ha proporcionado el estudio de la factoría de salazones romana ubicada en el antiguo edificio de Correos, hoy sede
del Rectorado de la Universidad de Málaga.
22 En buena parte accesibles también a través de la base de datos Iberia Graeca (www.iberiagraeca.org), a la espera de la publicación
de varios trabajos al respecto, y el estudio de nuevos materiales como los recientemente descubiertos en la zona de Martiricos.
23 Comunicación personal que agradecemos a F. Melero, a quien debemos recientes aproximaciones acerca del este importante
enclave, cuyo proceso de iberización a partir de los siglos VI-V a.C. parece muy dependiente de su estrecha relación con Malaka,
al menos hasta entrado el siglo II a.C. (Melero, 2012: 186, 188-189).
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La dotación urbana, acorde con los nuevos cambios socio-políticos que ponen fin a la etapa colonial
encuentran en Malaka uno de sus principales ejemplos, y en este sentido cabe resaltar la infrecuente
documentación de murallas, necrópolis y trazas de urbanismo, así como evidencias del control y
explotación de su hinterland. La transformación del entorno de la desembocadura del Guadalhorce y
la posterior ocupación de la costa entre este río y el Guadalmedina, donde se instalan grandes centros
alfareros desde época tardopúnica, son testimonio de la revitalización de la economía malacitana a la
sombra de Roma.
NOTA
El presente trabajo ha sido realizado dentro del Proyecto I+D+I “Antes de las Columnas: Málaga en época púnica y su
proyección en el SE ibérico y Mar de Alborán” (HAR2015-68669-P).
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APL XXXII, 2018
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Archivo de Prehistoria Levantina
Vol. XXXII, Valencia, 2018, p. 117-134
ISSN: 0210-3230 / eISSN: 1989-0508
Bartolomé MORA SERRANO a y Ana ARANCIBIA ROMÁN b
Malaka en los siglos VI-V a.C.:
la consolidación de una polis fenicio-púnica
en el sur de la Península Ibérica
RESUMEN: La construcción de una potente muralla a inicios del siglo VI a.C. y su posterior ampliación en
la primera mitad de la centuria siguiente, amortizando un antiguo santuario empórico, ponen de manifiesto la
consolidación de Malaka como el principal enclave urbano en la frontera oriental del Círculo del Estrecho.
Se analizan aquí aspectos poco conocidos como la topografía y trama urbana de la ciudad en el entorno
de la Catedral y el Museo Picasso, junto a la revisión de otros como el control de la Bahía de Málaga y su
hinterland, donde sobresale el caso de Cartima (Cártama) en el curso del río Guadalhorce.
PALABRAS CLAVE: poleis fenicio-púnicas, Malaka, Cartima, urbanismo, metrología.
Malaka in the 6th-5th centuries BC: the consolidation of a Phoenician-Punic polis
in the south of the Iberian Peninsula
ABSTRACT: Malaka was the main urban centre on the eastern boundary of the Circle of the Strait of
Gibraltar. Its importance is physically attested by the construction of strong city walls at the beginning of
the sixth century BC, which were extended in the first half of the following century, incorporating an ancient
emporial sanctuary. This paper analyses some the city’s least known aspects, such as its topography and the
urban plan surrounding the cathedral-Picasso Museum, and revises others, such as the city’s control over
the Bay of Malaga and its hinterland, with particular reference to Cartima (Cártama), located along the
Guadalhorce river.
KEYWORDS: phoenician and punic poleis, Malaka, Cartima, urban plan, metrology.
a
b
Departamento de Ciencias Históricas, Área de Arqueología, Universidad de Málaga.
barmora@uma.es
Taller de Investigaciones Arqueológicas (Málaga).
anaarancibia@gmail.com
Recibido: 30/05/2018. Aceptado: 18/06/2018.
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118
B. Mora Serrano y A. Arancibia Román
I. INTRODUCCIÓN
Desde las primeras conjeturas en torno a la topografía de la ciudad de Málaga en época antigua formuladas
a inicios del siglo XX, hasta las visiones de conjunto más recientes sobre la Malaka tardofenicia o de
época púnica (Mora Serrano y Arancibia Román 2010; García Alfonso, 2012), se viene insistiendo en
la singularidad topográfica y urbana de este antiguo asentamiento fenicio (fig. 1) cuya fundación se
debe remontar, al menos, al siglo VII a.C.; esto es, compartiendo protagonismo con la última etapa del
famoso asentamiento fenicio arcaico del Cerro del Villar y La Rebanadilla.1 Pero la decadencia y posterior
abandono como poblado de estos enclaves en la desembocadura del Guadalhorce, a lo largo del primer
cuarto del siglo VI a.C., en un contexto general de reestructuración y cambios cada vez mejor documentado
arqueológicamente (Martín Ruiz, 2007: 165-200), sí que coincide con la construcción en Málaga de una
potente muralla que marca, en términos también simbólicos (López Castro, 2003: 89-91), la transformación
de este enclave en una de las principales poleis fenicio-púnicas del sur de la península Ibérica.
Ocupando una posición periférica junto con la cercana Sexs en los límites nororientales del Círculo
del Estrecho, Malaka se convierte ahora en el principal centro político y económico fenicio-púnico hasta
el Cerro del Prado/Carteia. Además, ninguno de los asentamientos de cierta entidad ubicados al este y al
oeste de Malaka, como el entorno de Cerro del Mar-Toscanos, ¿Maenoba?, o Suel (Castillo de Sohail,
Fuengirola) rivalizan con Malaka, que verá potenciado a partir de ahora su papel hegemónico en la comarca,
posteriormente refrendado por Roma (López Castro y Mora Serrano, 2002: 212-214).
Este largo período, que cubre aproximadamente los siglos VI al I d.C., viene siendo objeto de una especial
atención, tanto en trabajos puntuales de campo o de estudio de materiales arqueológicos, como en visiones
de conjunto de indudable interés, a los que en fechas recientes hay que añadir la puesta en marcha de dos
proyectos de investigación, uno autonómico y otro nacional, en el que participan instituciones públicas –
Universidad, Delegación de Cultura, Museo y Ayuntamiento de Málaga– y profesionales bajo cuya dirección
se han realizado la mayor parte de las intervenciones arqueológicas sobre las que aquí nos ocuparemos. Se
trata de una iniciativa ambiciosa que surge con una clara vocación integradora entre realidades que, como
la académica, museística, patrimonial y urbanística, necesariamente deben complementarse en un marco de
actuación muy complejo como son las intervenciones arqueológicas en ciudades históricas.
II. LA CIUDAD NUEVA Y SU DOTACIÓN URBANA
Dentro de un panorama muy desigual en cuanto a la topografía y urbanismo antiguos de la Málaga púnica,
la documentación arqueológica disponible para la etapa que centra nuestra aportación, los siglos VI-V
a.C., puede considerarse relevante, a pesar de sus muchas lagunas,2 sobre todo si la comparamos con otros
enclaves fenicio-púnicos del sur de la península Ibérica, donde no es frecuente contar con datos sobre el
hábitat, necrópolis y ambientes industriales para la época que nos ocupa.
Desde un punto de visto de vista geourbano, Malaka se configura como un asentamiento complejo,
¿plurinuclear?, como se puede deducir, sobre todo, de la ubicación de sus necrópolis que por ahora no
remontan el siglo VI a.C. (Martín Ruiz, 2009: 156). Así, unas se sitúan en el entorno de la colina de
la Alcazaba y el monte de Gibralfaro (fig. 1, nº 2 y 3), a corta distancia del recinto amurallado antes
mencionado, mientras que otras se emplazan a cierta distancia hacia el norte –zona de El Ejido– (fig.
1, nº 4) y sobre todo hacia el oeste, en la margen derecha del río Guadalmedina (fig. 1, nº 8 y 10). Estos
1 Aunque no se descarta que ya en momentos anteriores Malaka ejerciera el control sobre todos los asentamientos fenicios de la
Bahía (Delgado, 2008: 80).
2 Que en buena parte deben justificarse por la reocupación de estos espacios en momentos posteriores, especialmente en época
tardorromana, con la construcción de grandes complejos industriales, sobre todo cetariae.
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1. Gibralfaro
2. N. Campos Elíseos
3. N. Alcazaba
4. N. El Ejido
5. Cister
6. N. Beatas
7. N. Andrés Pérez
8. N. Trinidad-Tiro
9. San Pablo
10. N. Mármoles
Fig. 1. Reconstrucción de la línea de costa Antigua, sobre la topografía actual. Se muestran los principales puntos
arqueológicos citados en el texto.
dos sectores, excéntricos respecto al núcleo urbano principal situado en el entorno de la Alcazaba y la
Catedral, que también cuentan con una extensa necrópolis –la de los Campos Elíseos y la más selecta de
Mundo Nuevo–, denotan un temprano y constante interés por el control estratégico y aprovechamiento de
recursos del entorno. La necrópolis de El Ejido, donde recientemente ha aparecido una imponente tumba
de sillares con un rico y exótico ajuar (García González et al., 2013),3 se ubica en un promontorio arcilloso
que combina su valor estratégico en el acceso norte de la ciudad con su potencial aprovechamiento alfarero
(Mora Serrano y Arancibia Román, 2010: 820). La del entorno de las calles de Mármoles-Zamorano, al otro
lado del río Guadalmedina, cercana al antiguo poblado orientalizante de San Pablo, debió tener su razón
de ser en el control y aprovechamiento de su paleoestuario (Mora Serrano y Arancibia Román, 2010: 821).
A principios del VI a C se producen cambios importantes en la topografía urbana de la ciudad,
concretamente en su área nuclear. Es en este momento cuando se amortizan construcciones preexistentes,
como el santuario e instalaciones industriales4 para generar otras nuevas. Esta reorganización tiene como
principal referente, topográfico –y simbólico– la construcción de un potente recinto defensivo, por ahora
sólo localizado en los flancos norte y oeste de la ciudad (fig. 2).
3
4
Tan singular hallazgo se presta a diferentes interpretaciones, siendo la más reciente la del profesor M. Torelli (2018).
Y posiblemente también una línea de muro de la que solo quedan restos de la cimentación con una anchura de algo más de 1,60
m, localizada en las excavaciones del Museo Picasso-Málaga. Podría tratarse de un caso similar al constatado en otros puntos de
la península Ibérica, en el que a construcciones defensivas simples datables en el siglo VII a.C. le suceden otras ya más complejas
(Prados y Blánquez, 2007: 62).
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Fig. 2. Trazas de la muralla fenicio-púnica
de Malaka en sus sectores Norte (Museo
Picasso) y Oeste (calle Císter).
En el caso de Malaka, los frentes de muralla localizados en el Museo Picasso al norte, San Agustín5 y
Cister al oeste, se datan en el primer cuarto del siglo VI a.C. En su frente mayor conserva algo más de 11
m de largo y alcanza una altura entre los 2,5 y 4 m. Su construcción consta de dos muros paralelos de 0,70
m de grosor, con una compartimentación interna realizada por una serie de pequeños muros transversales a
manera de tirantes que se adosan a los mayores (fig. 3), creando espacios huecos o cajones que se rellenan
de tierra y piedras, o con capas de arcilla muy compactadas. El conjunto en total presenta una anchura en
torno a los 2 m, y la técnica constructiva empleada muestra un aspecto sólido, gracias al uso de piedra
caliza de mediano y gran tamaño, bien careada, con la ayuda de arcilla como aglutinante y ripio pequeño.
Su cara interna se asienta directamente sobre el nivel geológico, mientras la externa, mal documentada por
la ampliación del sistema defensivo realizado con posterioridad, en el siglo V a.C., no presenta zócalo o
cimentación, pero se observa un engrosamiento en la base que muestra un ligero perfil en talud. Tanto en
cronología como en su edilicia, la muralla de Malaka tiene sus mejores paralelos en las documentadas en
Abdera y Baria (López Castro, 2009: 464-465, 469).
5
Los restos localizados por A. Recio (1990) en el antiguo colegio de San Agustín, contiguos al actual Museo Picasso, y asociados
a cerámicas griegas arcaicas, contribuyeron decididamente a plantear la existencia de un asentamiento fenicio estable en la ciudad
de Málaga, al menos a partir del siglo VI a.C. A los indicios de una presencia y, posiblemente, ocupación más temprana en el
entorno de la colina de la Alcazaba, hay que sumar las noticias sobre el hallazgo de cerámicas fenicias del siglo VIII a.C. en el
monte Gibralfaro (Arteaga, 1987: 213-214), si bien algunos sondeos allí realizados sólo han documentado restos de estructuras
poco definidas asociadas a materiales datados entre los siglos VI y III a.C. (Martín Ruiz, 2014).
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Fig. 3. Superposición de la muralla (ss. VI-V a.C.) sobre el santuario fenicio.
Entre finales del VI y los primeros años del V a.C., se produce una remodelación intensa de las murallas
de Malaka, al menos en los sectores hasta ahora documentados. De este nuevo sistema defensivo, algo más
complejo y singular en algunos aspectos, se conservan unos de 27 metros, con varias torres distribuidas
en los flancos oeste y norte (fig. 4). En el sector norte, aprovechando la muralla antigua como paramento
interior se construye un nuevo muro, también de mampostería trabada con arcilla rojiza, con un grosor
de 1,50 metros, dejando entre los dos un corredor o camino de ronda de 2,8 metros de anchura. A este
último lienzo se le añaden una torre y una serie muros que definen habitaciones rectangulares, a manera de
casamatas o casernas, de las que hemos podido documentar tres, completando así la estructura defensiva
(Arancibia Román y Escalante Aguilar, 2006: 347-353; Arancibia Román y Fernández Rodríguez, 2012:
60-62). Los muros presentan hiladas de mampostería regularizada con la ayuda de pequeñas cuñas, siendo
la piedra caliza la más utilizada, aunque también se documenta grauvaca, granito y pizarra. La adaptación al
Fig. 4. Vista del lienzo de muralla y torre en calle Císter.
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B. Mora Serrano y A. Arancibia Román
Fig. 5. Torre en lienzo norte
(Museo Picasso).
terreno hace que parezca una construcción en talud hacia su zona externa que nos recuerda otras soluciones
similares en yacimientos orientalizantes, con independencia de que en este caso se pueda justificar por
la ausencia de cimentación. En algunos sectores se han localizado potentes derrumbes de tapial o barro
correspondientes al alzado de los muros.
Hacia su lado noroeste la prolongación del sistema defensivo documentado se complementa con una
serie de muros transversales con una anchura de 0,90 metros, que delimitan dos habitáculos –de unos
17 m2 y 6,10 m2 respectivamente– y uno más del que solo se ha podido localizar parte de su relleno. Es
interesante la constatación en el espacio situado más al oeste de adobes superpuestos cuya función parece
ser la de colmatar la casamata, y así dar una mayor consistencia a la estructura. Por su parte, la ampliación
realizada en el flanco oeste es también compleja. La muralla del VI a.C., ya citada, se modifica adosándole
hacia su lado exterior una potente línea de muro (fig. 5). Ésta presenta un espesor de 3,20 m, y se ejecuta
mediante dos muros paralelos de 0,70 m de anchura, cuyo interior está relleno con piedras y tierra formado
una estructura maciza. Además, remodela los elementos pertenecientes a la muralla del VI a.C., anulando
el baluarte y el foso que utiliza como parte del macizado interno de la estructura defensiva, alcanzando el
conjunto algo más de 7 m de espesor, al igual que en el flanco norte que llagaba hasta los 7,20 m.
La construcción de una fortificación supone una empresa de gran magnitud que exige una
planificación previa, pero sujeta a cambios. Así, asumiendo un aspecto unitario para la misma, la línea
defensiva de la ciudad púnica parece que debió conformarse mediante lienzos adosados por tramos, con
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soluciones prácticas que permitían aunar eficacia y rentabilidad como se desprende, por ejemplo, del
aprovechamiento de una parte de la muralla del VI a.C. Sin pretender la búsqueda de paralelos exactos
para las murallas de Malaka,6 el yacimiento conocido como Altos del Reveque (Dalías, Almería) puede
servir de referencia para nuestro caso, pues en un territorio cercano, en el área de influencia de Abdera,7
se localiza un recinto amurallado de doble paramento con compartimentos interiores y reforzado por
torres cuadrangulares.8
Una constante en la topografía antigua de Málaga, también para la época que nos concierne en este
trabajo, los siglos VI-V a.C., es la ocupación urbana del espacio intramuros anteriormente citado, y hoy
día delimitado por la Catedral, el Museo Picasso-Málaga y la colina de la Alcazaba. Si bien de este último
enclave no hay más que indicios indirectos, resulta ilógico que esta suave elevación no fuera desde un
principio aprovechada por sus condiciones defensivas y de control visual de la costa, pero también como
parte del primitivo asentamiento urbano9 que por otro lado encajaría muy bien en lo que conocemos para otros
enclaves fenicio-púnicos del sur hispano como el Castillo de Doña Blanca, Abdera y Baria (López Castro,
2009: 466), por citar algunos casos bien conocidos. Pero lo cierto es que los únicos datos consistentes hasta
ahora disponibles sobre el urbanismo de la Malaka púnica en este sector se concentran en un promontorio
amesetado de unas 7 ha que ocuparía una posición central entre dos ensenadas, la del entorno de la Aduana,
al este y la de la Plaza del Obispado al oeste, con buenas condiciones como fondeadero.10 El límite norte de
la ciudad quedaría delimitado tanto por la muralla antes citada, como por un sector suburbano en el entorno
de la actual calle Granada; si bien el hito más reseñable serían las tumbas hipogeas de la ladera norte de la
colina de la Alcazaba, conocidas también como Mundo Nuevo.
Documentada sólo una de ellas y de manera muy parcial antes de su desgraciada destrucción, hay
indicios suficientes para identificarla como una de las principales necrópolis de la ciudad, en la que
además de tumbas hipogeas también pudieron existir otros enterramientos más antiguos, a juzgar por
las referencias al hallazgo de urnas del tipo Cruz del Negro (Martín Ruiz, 2009: 152-153). La única
tumba de cámara documentada tuvo un uso prolongado en el tiempo con hasta cuatro enterramientos de
inhumación, el último de los cuales podría situarse en los años finales del siglo V a.C. o poco después.
Entre los materiales recuperados, bien formando parte de los ajuares funerarios o en el exterior de la
cámara, destaca para el caso que nos interesa la presencia de materiales cerámicos datables en el siglo
V a.C. Este es el caso, entre los de adscripción fenicio-púnica, de un ánfora del tipo T-11213 y de varios
fragmentos de copas áticas de barniz negro, una de las cuales podría pertenecer al tipo Cástulo (Martín
Ruiz, 2009: 153).
Conviene llamar la atención en el hecho de que esta construcción, cuyo inicio se sitúa en el siglo VI
a.C., es contemporánea a las murallas y edificios documentados en su interior; un elemento para tener en
cuenta a pesar de su deficiente conservación y limitada documentación a la hora de comparar técnicas
edilicias y metrología.
6 Una cuestión por otro lado criticada en recientes trabajos que asumen la existencia de variaciones locales a partir de modelos
comunes (Prados Martínez y Blánquez, 2007: 60). Debe recordarse, además, que sólo conocemos los sectores Oeste y Norte de
este recinto murario que, posiblemente, se ajustaba a la mencionada loma amesetada delimitada al este por la vaguada detectada
en las excavaciones en los jardines de Ibn Gabirol, mientras por el lado sur se especula con su continuidad en el lienzo, ya de
factura más tardía, localizado en la calle Juan de Málaga (Mora Serrano y Arancibia Román, 2010: 827).
7 El lienzo de muralla documentado en la campaña de 2006-2007 en Adra, resulta de especial interés para el caso malacitano, no
sólo por insistir en la importancia de la aparición de murallas en esos inicios del llamado Período Urbano, sino por el hecho de
documentarse también una asociación entre la construcción de la muralla y la amortización de construcciones anteriores, en este
caso un pavimento de cal quizás perteneciente a una vivienda (López Castro et al., 2010a: 97-99).
8 Aunque su funcionalidad no fue urbana, sino posiblemente militar (López Castro et al., 2010b: 41-42).
9 Apuntado ya con anterioridad (López Castro y Mora Serrano, 2002: 183), se deben valorar con cautela algunos vestigios de dicha
ocupación antigua.
10 A lo que cabría añadir, como se ha comentado antes, la desembocadura del río Guadalmedina (Arancibia Román y Mora Serrano,
2012: 821; Martín Ruiz, 2014).
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Fig. 6. Ampliación de la muralla en el siglo V a.C., mostrando los cambios en la orientación de las construcciones
domesticas.
Las construcciones documentadas intramuros, pertenecientes a una segunda fase constructiva en el solar
parecen tener, en principio, una funcionalidad claramente doméstica (fig. 6). Se trata de un modelo de casa
típicamente oriental con buenos paralelos en los territorios malacitanos, cuyos más cercanos referentes
los encontramos en el Cerro del Villar (Delgado, 2008: 76-77). De planta rectangular o cuadrada, llama la
atención una articulación de espacios a partir de un patio central. Las viviendas presentan, en algunos casos,
dobles muros para elevar pisos superiores con techos planos, lo que permite su uso como almacenes, áreas
de trabajo y para recogida de agua de lluvia que es conducida a cisternas o pozos. En suma, una arquitectura
típicamente fenicia, bien constatada, como se ha dicho, en yacimientos malacitanos de la desembocadura
del Vélez y Algarrobo, pero sobre todo en Gadir, en las excavaciones del Teatro Cómico, así como en
diferentes puntos del SE peninsular (Gener Basallote et al., 2014: 34; López Castro, 2014: 129-137).
III. EL SIGLO V A.C.: APOGEO Y REFORMAS URBANAS
Resulta difícil valorar los motivos que llevaron, a inicios del siglo V a.C., a una profunda remodelación
de la muralla, al menos en los sectores documentados –el norte y el oeste (fig. 6)– que como se ha dicho
engloban el sector de la ciudad situado entre la Catedral, el Museo Picasso-Málaga y la ladera noroccidental
de la colina de la alcazaba (Arancibia Román y Escalante Aguilar, 2006: 349-351; Suárez et al., 2007:
223-224.). No parece tratarse de la necesidad de ampliar el espacio intramuros, al menos en los puntos
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Fig. 7. Vista aérea de las excavaciones del Museo Picasso con el detalle de las construcciones domésticas
localizados, dado que los nuevos tramos murarios prácticamente se adosan a los anteriores, utilizándolos
como apoyo o refuerzo del sistema defensivo de la ciudad ya existente. No obstante, la remodelación de la
muralla en siglo V a.C., no resulta ajena a cambios que se detectan, ahora, en las edificaciones intramuros.
No podemos afirmar, por falta de evidencias suficientes, que la significativa transformación que se observa
en las casas de los siglos V-IV a.C. que se asientan sobre los edificios anteriores obedecieran a las mismas causas
que obligan a reforzar la muralla, al menos en los sectores documentados. No obstante, esta posibilidad resulta
muy sugerente pues implicaría una intensa actividad edilicia de un sector de la ciudad en estos momentos.
Lo cierto es que estas nuevas construcciones mantienen algunas similitudes con las anteriores que ahora
amortizan (fig. 6), pero también presentan interesantes novedades; siendo las más relevantes los cambios en
orientación y, en parte, de modulación. Así, las nuevas edificaciones reducen considerablemente su espacio
con respecto a las de la etapa anterior, dominando también las habitaciones de tendencia rectangular, con
pequeños pasillos de acceso que generan espacios más estrechos, y donde ha desaparecido también el patio
o espacio central; al menos en los espacios identificados en el solar excavado. Esta generalizada reducción
del tamaño de dependencias o habitaciones, parece indicar una mayor concentración urbana y un mejor
aprovechamiento de las zonas edificables que puede responder tanto a un aumento de la población, como a
cambios socio-económicos cuyas causas y alcance se nos escapan.
Los muros de estas casas presentan un zócalo de mampostería y alzado realizado con adobes intercalados
por líneas de cal, con enlucidos en su cara exterior (fig. 7). La solidez de estas habitaciones lo evidencia el
uso prolongado de las mismas, como una continua superposición de pavimentos, arcillas, líneas de cal.11
Tales cambios tienen también su reflejo metrológico, pues si los muros de las construcciones anteriores,
del siglo VI a.C., presentaban una anchura de unos 45-47 y 49 cm, ahora se acercan más al codo de ca. 52
cm, pero conviviendo con otros de ca. 70/73 cm que parecen aludir a la coexistencia en esta nueva etapa
de diferentes módulos.
11 Como también se documenta en otros enclaves cercanos como Abdera (López Castro, 2009: 465-466).
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B. Mora Serrano y A. Arancibia Román
La primera de estas medidas podría relacionarse a su vez con el codo egipcio pequeño o común, cuyo uso
está bien atestiguado en Oriente en contextos sirio-palestinos (Barresi, 2007: 16-18), así como en Cerdeña
y Norte de África, asociado además a un pie o 2/3 del codo de ca. 30 cm. Se trata de unas proporciones
–pie de 30 cm y codo de 45 cm– que ha sido relacionada con la edilicia gaditana (Almagro-Gorbea, 2013:
168 y n. 46),12 pero también constatada con algunas oscilaciones en yacimientos malagueños de Trayamar
y Chorreras (Belén Deamos et al., 1993: 226).13 Por su parte, la medida de ca. 52 cm que presentan como
media los muros de las construcciones del siglo V a.C. encajan mejor con el codo denominado ‘púnico’,
que a su vez deriva del codo egipcio “real o grande”, también documentado en la edilicia hispana de origen
oriental (Barresi, 2007: 19; López Castro, 2010: 31; García Menárguez et al., 2017: 57).14
No obstante, y a falta de un estudio monográfico al respecto, todo parece indicar que las dos fases de
las murallas de Malaka son compatibles con el codo de ca. 45 cm, en combinación con el pie de 30 cm
p.e. el muro de San Agustín de 1,60 m = 3,5 codos; los 0,70 m de los cajones que conforman la primera
muralla = 1,5 codos. Ya para las construcciones de la segunda fase, datables en el siglo V a.C., los 1,5 m
del muro de mampostería documentado en el sector norte lo aproximan más al codo “púnico” de ca. 52
cm, que identificamos también en las construcciones domésticas de esta segunda fase. No obstante, las
medidas de 0,90 m y 0,70 m constatadas en los sectores norte y oeste, apuntan al mantenimiento del codo
de 45 cm (ca. 2 y 1,5 codos, respectivamente). La posibilidad de una convivencia entre ambos patrones
(Jodin, 1975: 73; Barresi, 2007: 22), también ha sido apuntada para la arquitectura fenicia de Chorreras
(Aubet et al., 1979: 99).
Por último, cabe destacar que la remodelación de las murallas afecta también, aunque de un modo
parcial, al urbanismo intramuros. Una de esas novedades es habilitar un espacio de camino de ronda
o calle entre el lienzo interior y las nuevas edificaciones que se mantiene fosilizado hasta entrado el
siglo II a.C. (Arancibia y Escalante, 2006: 354-355), el otro es el cambio de orientación de las casas
que están más cerca de los nuevos lienzos de muralla, N/S, que contrasta con la NE/SO que mantienen
las demás construcciones; la misma que presentan las del siglo VI cuyos muros les suelen servir de
cimentación.
IV. MALAKA PUERTO INTERNACIONAL Y EMPORIO REGIONAL
Entre el repertorio de cerámicas procedentes de las excavaciones del Museo Picasso-San Agustín y
calle Císter, destacan las producciones fenicio-púnicas, importaciones griegas y locales. A pesar de
no disponer todavía de datos definitivos, y por lo tanto cuantitativos, cabe destacar en primer lugar la
presencia considerable de ánforas con respecto a etapas anteriores, destacando las T-11213 (fig. 8, nº 1-3),
aunque también se contabilizan algunos ejemplares de origen griego –Massalia– o imitaciones de estas
producciones como las documentadas en el alfar gaditano de Campo Soto (Ramon et al., 2007: 197).
En cuanto a la vajilla de mesa y cocina destaca la casi total desaparición de decoración, que se reduce a la
utilización de pintura monocroma de color negro, con bandas paralelas que se reparten bien en el borde en el
tercio superior del cuerpo. También en algunos casos se trata de engobe claro o blanquecino que cubre toda la
12 Este codo de 45 cm podría relacionarse con el codo “corto” egipcio, o el codo pequeño que identifica Jodin en la arquitectura púnica
norteafricana (Jodin, 1975: 14). No obstante, los estudios metrológicos de las estructuras documentadas en el Teatro Cómico (Gener
Basallote et al. 2014: 35-36), lo asocian –mayoritariamente– al mencionado ‘codo púnico’, o real egipcio (52,35 cm).
13 En el caso de Malaka, esta medida estaría atestiguada en las primeras construcciones documentadas en la ciudad, concretamente
en el santuario, cuyos bancos corridos miden 45 cm (Arancibia Román y Escalante Aguilar, 2006: 344; Arancibia y Mora,
2018: 327-328).
14 No deben descartarse del todo otras posibilidades metrológicas como el codo “fenicio” de 47,086 cm (Glotz, 1948: 22), o
incluso la posibilidad de ajustes locales como el propuesto para Toscanos de 49 cm y de 48 cm en Chorreras (Arnold y Marzoli,
2009: 448-449).
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Fig. 8. Selección de vajilla y ánforas (1-3: T.11.2.1.3; 4: T.10.2.1.2; 13-15: T.8.2.1.1) jonio-massaliota (10-11); y
griegas (20-23).
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pieza y presenta hacia el exterior un acabado alisado. Entre las formas mejor documentadas están los lebrillos
con pintura monocroma, sin decoración, con diámetros mayores, cazuelas policromas, cuencos semiesféricos
de bordes entrantes, etc. Un aspecto que llama la atención es el de la cerámica local ibérica, prácticamente
ausente en los contextos que comentamos, pero que sí aparece, aunque en muy pequeña cantidad, en algunos
enterramientos de urbanos como el hipogeo de Mundo Nuevo, ya citado, y el de calle Mármoles, en la orilla
derecha del río Guadalmedina (Marín Ruiz et al., 2003:146; García Alfonso, 2013: 132).
Más compleja es sin embargo su interpretación en clave étnica, esto es, como posible reflejo de la
presencia de grupos de población indígena en la ciudad. En efecto, considerando como muy probables
los fenómenos de mestizaje y, sobre todo, de un temprano y activo contacto entre poblaciones de origen
fenicio-púnicas e indígenas, apuntado ya para el vecino Cerro del Villar y también para el asentamiento de
San Pablo en la misma Malaka,15 no contamos con otros posibles testimonios más explícitos al respecto
como podrían ser los funerarios, que sí se aprecian por ejemplo en la importante necrópolis de Villaricos,
la antigua Baria, si bien para momentos más tardíos. Pero estos estrechos contactos entre las poblaciones
ibéricas del entorno, sobre todo con el Valle del Guadalhorce, quedan bien de manifiesto en un enclave
cercano a Malaka como es el Cerro de la Tortuga.
Este interesante yacimiento, por desgracia nunca excavado sistemáticamente y del que por lo tanto sólo
podemos valorar las descripciones y materiales recuperados en superficie (Muñoz Gambero, 2009: 201),
puede considerarse como un santuario rural de Malaka que posiblemente sustituyera, a partir del siglo VI a.C.
o mejor desde la centuria siguiente, al santuario empórico ya amortizado por la muralla (Mora y Arancibia,
2010: 284; López Castro y Mora Serrano, 2002: 191),16 como privilegiado punto de intermediación entre
Malaka y las poblaciones indígenas de su entorno. Entre los materiales recuperados en superficie destaca la
abundante presencia de cerámica ibérica, coincidiendo formas y decoraciones regionales, bien documentadas
en otros asentamientos ibéricos del entorno (Perdiguero, 2002: 95),17 con otras típicas del Alto Guadalquivir
y Sureste que marcan, en sentido inverso, los antiguos contactos de la costa malacitana con la campiña del
interior de Andalucía, pero también con los distritos mineros de Sierra Morena.
Sin olvidar la estratégica ubicación de Aratispi (Cauche el Viejo), la vía del Guadalhorce ha sido,
como hoy también, la principal conexión de la Bahía de Málaga con la Depresión de Antequera y, en
consecuencia, con los ricos recursos agropecuarios y mineros del interior bético (Sillières, 1990: 401, 412420). El control ejercido sobre esta antigua ruta terrestre por el asentamiento fenicio del Cerro del VillarRebanadilla, pasa a ejercerlo Malaka posiblemente ya desde finales del VII a.C. y con toda seguridad tras el
abandono de estos enclaves como núcleos de poblamiento estables a principios de la centuria siguiente. En
el siglo V a.C. esta reforzada conexión contaba con un acceso principal en el oppidum18 de Cártama (fig. 9,
nº 8), la Cartima de las fuentes, y una probable estación intermedia en el santuario del Cerro de la Tortuga
(fig. 9, nº 2), que dominaba como se ha dicho el acceso a la ciudad por la vía terrestre que luego se consolida
en época romana (López Castro y Mora Serrano, 2002: 203-204).
15 Como se ha defendido en referencia al papel jugado por las características y distribución de las cerámicas en los ambientes
domésticos del Cerro del Villar (Delgado y Ferrer, 2007: 23-29; Delgado, 2008: 82). No obstante, de la antigüedad de estas
relaciones en cuanto al registro arqueológico malacitano se refiere, debe citarse la presencia de un cuenco cerámico de producción
indígena, singular por su decoración bruñida en combinación con gotas de plata en el borde y carena, pero sobre todo por formar
parte del ajuar funerario de una tumba de la necrópolis fenicia del Cortijo de San Isidro, asociada a La Rebanadilla (Juzgado
Navarro et al., 2016: 111-113).
16 Este modelo de control territorial a partir de marcadores religiosos ha sido apuntado por López Castro (2009: 470) para el
santuario rural de Baria (Villaricos).
17 E indirectamente también justifican la presencia de materiales tan exóticos y singulares como la greba de bronce que formaba
parte de un ajuar funerario de la necrópolis de Arroyo Judío, cuyo mejor paralelo lo encontramos en la necrópolis alicantina de
Cabezo Lucero (Caballero Cobos, 2008: 356).
18 Un término, de uso común y por otra parte ambiguo (Fumadó Ortega, 2013: 178-181) aplicado a diferentes yacimientos
malacitanos, en este caso, que debería sustituirse para el de Cartima por el de polis, dada su entidad urbana, por otra parte bien
conectada con Malaka.
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Fig. 9. Ubicación de Malaka (1) y los principales yacimientos citados en el texto: 2 C. de la Tortuga; 3 Centro alfarero
de Carranque-Juan XXIII; 4-5-6 Desembocadura del Guadalhorce, enclaves de Cerro del Villar, Rebanadilla y hornos
púnicos; 7 Toscanos-Cerro del Mar y alfar de Los Algarrobeños; 8 Cartima-Cártama; 9 Iluro-Álora; 10 Aratispi-Cauche
el Viejo, Antequera.
Recientes excavaciones en el centro histórico de Cártama insisten en el interés arqueológico de este
importante enclave, sobre cuya adscripción etnocultural se sigue especulando. La plausible raíz semita de
su topónimo –Qart–, quizás esconda la estrecha relación con Malaka, en un modelo de proyección o control
territorial que se asemeja al de Baria-Tajilit, y del que en fechas posteriores se hace eco Plinio (Nat. 3.8) en
su referencia: Malaca cum fluvio foederatorum (López Pardo y Suárez Padilla, 2010: 783; Mora Serrano y
Arancibia Román, 2010: 823-824).
Aunque se viene asumiendo que el río Guadalhorce fue navegable –se entiende que mediante barcazas–,
hasta precisamente la altura de Cartima (Spar, 1983: 164, 167; Parodi Álvarez, 2008: 120-121), todo parece
indicar que la consolidación de Malaka como centro político y económico en época púnica conllevó también
la potenciación de la mencionada ruta terrestre jalonada por el santuario del Cerro de la Tortuga (fig. 9, nº
2) a su paso por Teatinos, relegando a un papel secundario, si no doméstico, la en otro tiempo estratégica
desembocadura del Guadalhorce.
Pero el abandono como poblado del Cerro del Villar y La Rebanadilla (fig. 9, nº 4-5) se complementa con
la continuidad del poblamiento fenicio-púnico en la zona, a lo que hay que añadir también la presencia de
población indígena –término por cierto ambiguo si no inexacto en estos momentos y contexto geográfico–,
de la que sólo cabe discutir su grado e intensidad de hibridismo, en yacimientos conocidos como Loma
del Aeropuerto, El Tarajal, El Atabal, entre otros, a los que cabría añadir el más recientemente constatado
de Las Marismas de Guadalmar (López Pardo y Suárez Padilla, 2010: 788-790), con dataciones todavía
poco precisas pero en su mayoría activos desde al menos el siglo VI a.C. hasta época tardopúnica o
romanorrepublicana.19
Estos asentamientos vinculados a la explotación de los recursos pesqueros y agrarios, pero exponentes
también de la potenciación de poblamiento rural por parte de las poleis feniciopúnicas (López Castro 2008,
157-158; Pardo Barrionuevo, 2015: 94-96), tiene un destacado añadido en la industria alfarera. El conocido
19 En la bibliografía se les considera asentamientos indígenas –iberos–, semitas o bien ibero-púnicos (Recio, 2002: 59; Delgado,
2008: 81).
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horno púnico del Cerro del Villar, no sólo confirma la continuidad de una especialización alfarera en la
Bahía de Málaga que arranca desde época fenicia arcaica (Delgado, 2011: 19), sino que marca también el
despegue de la industria de salazones y salsas de pescado, ya bajo el control de la ciudad de Malaka.
La producción importante de ánforas MP A4a (T-11213) en el horno púnico del Cerro del Villar
(Aubet et al., 1999: 128, 132-134; Sáez Romero et al., 2004: 47) (fig. 9, nº 6), implica el mantenimiento
de las costas malacitanas en el ámbito cultural –¿y económico?– de Gadir, donde surgen y se difunden
esta y otras tipologías cerámicas de prestigio (Sáez Romero et al., 2004, 49, 53) que también son
elaboradas con pequeñas variantes en otros enclaves fenicio-púnicos de las costas malagueñas, como
vemos en el recientemente documentado alfar de Los Algarrobeños (Vélez-Málaga) (fig. 9, nº 7), en las
proximidades de Cerro del Mar, ¿Maenoba? (Martín Córdoba et al., 2006: 278-282). A falta de un estudio
arqueométrico preciso y de un muestreo mínimamente válido,20 no resulta extraño que el grueso de las
ánforas del tipo A4a documentadas en Malaka, tanto en ambientes domésticos como las excavaciones
del Museo Picasso-Málaga, y en el santuario del Cerro de la Tortuga, proceden del Cerro del Villar. Por
otro lado, la presencia de algunos defectos de cocción de A4a procedentes de La Rebanadilla, abre la
posibilidad de que la producción especializada de este tipo de envases se extendiera a otros puntos de la
desembocadura del Guadalhorce.
Un aspecto que nos resulta sin embargo llamativo es la ausencia de otras producciones anfóricas
herederas o continuadoras de la anterior como sucede con las A4 evolucionadas o T-12111/2 en la
desembocadura del Guadalhorce, ni tampoco, aunque hay algún indicio poco claro al respecto – en las
zonas industriales documentadas en las cercanías de Malaka, sobre todo aunque no exclusivamente en
la margen derecha del río Guadalmedina, que por el momento sólo confirman la fabricación de C2b
–T-7432/3– junto a otras formas de origen itálico (Mora Serrano y Arancibia Román, 2010: 830; Mateo
Corredor, 2015: 187) (fig. 9, nº 3). Esta anómala situación contrasta con la continuidad en la producción
de este tipo de ánforas salsarias en el entorno de la desembocadura del río Vélez, concretamente en
el ya citado alfar de Los Algarrobeños, cuya producción se ha considerado excedentaria en la zona,
dejando abierta la posibilidad de que satisficieran la demanda de otros centros cercanos, quizás Malaka
(Martín Córdoba et al., 2006: 283, 285). En todo caso, la cronología asignada a esta ánfora abarca la
práctica totalidad del siglo V a.C., y destaca por ahora un modelo de distribución espacial que recuerda,
lejanamente, a los de otros centros como Gadir o incluso Lixus, en los que los alfares se sitúan a una cierta
distancia de las respectivas ciudades que los controlan, justificando al menos en parte el aprovechamiento
de la excelente calidad de las arcillas locales, en nuestro caso las del este entorno Guadalhorce (Delgado,
2011: 19), que perduran hasta época romana.
Por otro lado, aunque es cierto que cabe la posibilidad de que estas ánforas –T-11213 y formas afines– se
dedicaran a contener otros productos como vino y aceite, su asociación mayoritaria con las salazones y salsas de
pescado es incuestionable (Sáez Romero, 2010: 305) y, por ende, constituye un claro indicio, aunque indirecto,
para su asociación con la industria salazonera. Aunque no conocemos testimonios tan tempranos sobre cetariae
púnicas en la Bahía de Málaga (Sáez Romero, 2012: 274, 280), sin descartar su posible existencia en el entorno de
la desembocadura del Guadalhorce, cabe plantear la posibilidad de que el grueso de esa primera industria salsaria
de la Málaga púnica se ubicara en uno de los puntos donde también se constata para épocas posteriores una
concentración de dichas instalaciones, como es la ribera occidental de la desembocadura del río Guadalmedina
20 Los avances en este campo de estudio en los últimos años son significativos y los estudios ya iniciados sobre la caracterización
arqueométrica de las “pastas Málaga”, centrados sobre todo en la producción anfórica de época fenicio-púnica (Mateo Corredor,
2015: 186-191) y romana (Corrales et al., 2011), prosiguen en la actualidad en el marco de nuestro proyecto de investigación
(HAR2015-68669-P) ampliándose a los materiales recuperados en las excavaciones de la antigua Rusaddir (Melilla), junto a
colaboraciones con otros proyectos de investigación como el patrocinado por el Fitch Laboratory de la British School at Athens:
Provision of comparative samples for the Punic Amphora Building Project, coordinado para los materiales malacitanos por el Dr.
Antonio Sáez Romero (Universidad de Sevilla).
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(Corrales y Corrales, 2012: 380).21 Al aprovechamiento de sus condiciones portuarias se unirían esta y otras
posibles actividades que, en su conjunto, justificarían por esta vía la temprana ocupación de este sector, alejado
del centro o área nuclear de la ciudad y por ahora únicamente conocido por sus necrópolis (Mora Serrano y
Arancibia Román, 2010: 821; Arancibia Román y Mora Serrano, 2017) (fig. 1, nº 8 y 10).
V. CONCLUSIONES
Como activo puerto de comercio, Malaka hereda del Cerro del Villar su condición de principal receptor de
cerámicas griegas en la Bahía de Málaga; hecho bien documentado para el siglo VI a.C., pero en menor
medida para las dos centurias siguientes. En este sentido, el conjunto de materiales griegos de los siglos V-IV
a.C. recuperados en las excavaciones del Museo Picasso-Málaga y Císter –que se suman a los ya conocidos
del Teatro romano (Domínguez Monedero, 2006: 63-64)– proporcionan datos valiosos, con independencia
de su todavía prematura valoración estadística. Destacan entre las cerámicas griegas las copas del tipo
Cástulo, pero sobre todo los cuencos, también en barniz negro, que se harán más abundantes durante la
primera mitad del siglo IV a.C., en algunos casos asociadas a grafitos en escritura púnica. Cabe llamar la
atención sobre su contexto claramente urbano y no funerario o cultual, que hasta ahora proporcionaban los
otros hallazgos en contexto procedentes de Málaga y su hinterland, como vemos en el santuario del Cerro
de la Tortuga y en Cártama.
Del Cerro de la Tortuga, cabe destacar la presencia de cerámicas griegas, vasos de barniz negro, sobre
todo, aunque a tenor de lo publicado las piezas datables con seguridad en el siglo V a.C. presentan una
desigual proporción respecto a las del IV a.C., en consonancia también con los datos hasta ahora conocidos
para otros enclaves del litoral andaluz.22 Para el caso de Cártama, los niveles de habitación recientemente
excavados y todavía inéditos, datados entre los siglos V-IV a.C., confirman la pujanza de este estratégico
yacimiento arqueológico donde destaca la abundante presencia de ánforas púnicas y cerámicas áticas de
barniz negro. No obstante, los datos por ahora más concluyentes en este sentido proceden de la conocida
como necrópolis oeste de la ciudad, uno de los conjuntos más representativos de este tipo de producciones
en los territorios malacitanos, entre los que cabe destacar la presencia de copas Cástulo, además de figuras
rojas, sobre todo copas de pie bajo en algunos casos atribuibles al Pintor de Jena.23
El estado actual de las investigaciones arqueológicas sobre la ciudad de Malaka parecen consolidar
antiguas teorías y plantear otras nuevas, gracias al refrendo que proporcionan los recientes trabajos de
excavación y los sucesivos estudios centrados en excavaciones antiguas y hallazgos puntuales, o bien en las
igualmente necesarias visiones de conjunto. A lo largo de estas líneas se ha querido insistir en la importancia
de la Bahía de Málaga, y de los dos ríos que definen y condicionan el poblamiento fenicio de estos territorios
en los límites orientales del Círculo del Estrecho. A partir del siglo VI a.C., una vez roto el equilibrio entre
ambos asentamientos ribereños a favor del situado cerca del Guadalmedina, Malaka aparece como la principal
entidad político-económica de un extenso territorio, con la Bahía de Algeciras y la futura Carteia como
límite occidental, aunque quizá también proyectara su influencia hacia el este, eclipsando al en otros tiempos
importante conjunto de asentamientos de las desembocaduras de los ríos Vélez y Algarrobo.
21 Pero sin descartar otros puntos más cercanos al primitivo asentamiento de la ciudad, en el entorno de la colina de la Alcazaba y
la Catedral. No obstante, esta posibilidad parece quedar en entredicho por los indicios, aunque parciales por la escasa superficie
excavada, que ha proporcionado el estudio de la factoría de salazones romana ubicada en el antiguo edificio de Correos, hoy sede
del Rectorado de la Universidad de Málaga.
22 En buena parte accesibles también a través de la base de datos Iberia Graeca (www.iberiagraeca.org), a la espera de la publicación
de varios trabajos al respecto, y el estudio de nuevos materiales como los recientemente descubiertos en la zona de Martiricos.
23 Comunicación personal que agradecemos a F. Melero, a quien debemos recientes aproximaciones acerca del este importante
enclave, cuyo proceso de iberización a partir de los siglos VI-V a.C. parece muy dependiente de su estrecha relación con Malaka,
al menos hasta entrado el siglo II a.C. (Melero, 2012: 186, 188-189).
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La dotación urbana, acorde con los nuevos cambios socio-políticos que ponen fin a la etapa colonial
encuentran en Malaka uno de sus principales ejemplos, y en este sentido cabe resaltar la infrecuente
documentación de murallas, necrópolis y trazas de urbanismo, así como evidencias del control y
explotación de su hinterland. La transformación del entorno de la desembocadura del Guadalhorce y
la posterior ocupación de la costa entre este río y el Guadalmedina, donde se instalan grandes centros
alfareros desde época tardopúnica, son testimonio de la revitalización de la economía malacitana a la
sombra de Roma.
NOTA
El presente trabajo ha sido realizado dentro del Proyecto I+D+I “Antes de las Columnas: Málaga en época púnica y su
proyección en el SE ibérico y Mar de Alborán” (HAR2015-68669-P).
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