Hojas de sala Arqueologia de la memòria. Textos de sala
2024
Hoja de sala
[page-n-1]
Castellano
OBJETOS FAMILIARES
Historias de vida
mento, decidió averiguar quién era y qué
había pasado con su abuelo.
José Giner Navarro
Águeda Campos Barrachina y
Amando Muñiz Verdayes
Una fotografía hecha en tiempo de guerra
y algunos recortes de ropa son la única herencia que recibieron Vicente y Pepe, con
apenas seis y cinco años de edad, cuando
sus padres fueron fusilados. A Águeda y
Amando los asesinaron el mismo 5 de abril
de 1941, y fueron lanzados juntos a la fosa
135, después de dos años de reclusión en la
cárcel de Santa Clara y en la cárcel Modelo
de València.
Los dos militaban en el Partido Obrero de
Unificación Marxista (POUM) de València
y tenían un firme compromiso con los ideales republicanos. Tanto que, como recordaba Vicente, un 14 de abril Águeda izó una
bandera republicana en el patio de la prisión que había confeccionado con un palo
y un trozo de tela, acto por el cual fue castigada en una celda de aislamiento.
Vicente y Pepe también sufrieron la pena
de prisión, puesto que estaban recluidos
con ella. Como eran hijos de vencidos, su
internamiento continuó después, durante años, en el asilo de huérfanos de San
Francisco Javier de València.
Salvador Lloris Épila
A Salvador le gustaba tocar la guitarra.
Había nacido en 1899 en Alfara del Patriarca
y era labrador. Cuentan que era buen cocinero de paellas. Se casó con Amalia Ponce y
tuvieron dos hijos, Salvador y Manolo.
Era creyente y de izquierdas, pero la familia
desconoce su filiación política. Lo que sí saben es que formó parte del ejército español
en la Guerra de Marruecos y que, a raíz del
golpe de Estado de 1936, luchó defendiendo la República.
Después de la guerra, le acusaron de participar, junto con otras personas, en la muerte de un guardia civil, y fue condenado a
muerte. Aunque el párroco del pueblo intercedió por él, le fusilaron el 17 de julio de
1939. Al día siguiente, la familia pudo recuperar su cuerpo y comprar un ataúd para
enterrarle individualmente y evitar la fosa.
Esta historia se mantuvo silenciada durante años, hasta que su nieta, Pilar Lloris,
encontró las cartas y algunos objetos que
realizó Salvador en prisión. En aquel mo-
El 21 de julio de 1939, nueve hombres de
Quart de Poblet, miembros del Comité
Revolucionario Local, fueron fusilados en
Paterna. Entre ellos estaba José «el de la
comare», el más joven, a quien todos llamaban Pepín.
José tenía veintiocho años, no estaba casado ni tenía hijos. Fueron sus hermanas
Carmen y Conxeta quienes preservaron
su recuerdo en silencio durante décadas.
Pero en 2008, con motivo de un homenaje
público en el pueblo, Carmen hizo partícipe de esta memoria familiar a su nieta,
Pilar Taberner. Desde entonces, solo con
una foto, una carta de despedida y la frase sobrecogedora «nos lo mataron», Pilar
ha podido reconstruir parte de la historia
de vida de su tío abuelo: que era jornalero, de la UGT, miembro de las Juventudes
Socialistas Unificadas y que había luchado
en el frente de Teruel.
Cuando le encerraron, sus hermanas andaban cada día del pueblo a la cárcel Modelo
para llevarle comida y ropa. Hasta que un
día, al llegar, supieron que se habían llevado a los «nueve de Quart Poblet» a fusilar.
Vicente Roig Regal
De septiembre de 1939 a octubre de 1940,
Vicente, de Alginet, estuvo recluido en diferentes penales: en Carlet, en San Miguel
de los Reyes y en la Modelo. Casi cuatrocientos días, durante los cuales ni él ni su
mujer, Julia Tortosa, perdieron el contacto.
La familia aún conserva 112 cartas que describen el miedo y los anhelos de dentro y
fuera de la cárcel.
El descubrimiento de estas cartas y las visitas al cementerio de Paterna hicieron que
surgieran preguntas, como relata su nieta,
Verónica Roig. Hasta entonces, en casa contaban que el abuelo había muerto en la guerra. La necesidad de saber qué había pasado realmente permitió a la familia averiguar
algunas historias extraordinarias; por ejemplo, cuando Vicente conoció a su hijo en prisión: la familia introdujo al bebé escondido
en una cesta de ropa, después de sobornar al
guardia con una cazuela de arroz.
Por amor a su hijo, Vicente hizo a mano un
anillo, algunas alpargatas y un colgante que
envió a casa. Sus noticias dejaron de llegar el
31 de octubre de 1940, cuando le fusilaron.
Felipe Carreres Flores
Los hermanos Carreres sufrieron la represión en primera persona. Ramon tuvo que
exiliarse en Francia y no volvió hasta 1969.
Felipe y Pepe fueron fusilados en Paterna
en 1939.
No se conservan objetos personales de
Pepe. La familia sabe que era jornalero y
de la Federación Anarquista Ibérica (FAI),
y que fue arrojado a la fosa 115. Felipe,
identificado en la fosa 22, trabajaba en el
campo y en la industria siderúrgica. Estaba
afiliado al Partido Comunista, era miembro
del sindicato del arroz y fue socio fundador
de la banda de su pueblo, el Puig de Santa
Maria.
Su fusilamiento dejó a su mujer, María
Duato, a cargo de cuatro hijos y un suegro
con demencia. María tuvo que recurrir al
estraperlo para sobrevivir y soportó el castigo de no poder hacer el duelo. Aun así,
siempre habló de la historia familiar, que
transmitió a sus nietos, nietas y bisnietas.
Antes de morir, María pidió que la enterraran con los recortes de ropa y la carta de
despedida de su marido.
Vicente Ortí Garrigues
«Rosario, no vayas, que ya no está». Así
supo Rosario Fita que habían fusilado a su
marido. Aquel 27 de marzo de 1940 asesinaron a este zapatero de Torrent, funcionario de prisiones y militante del Partido
Comunista.
La pesadilla había empezado con el fin
de la guerra. Vicente, que lo había dejado
todo para luchar en el frente, tuvo que esconderse; y Rosario, embarazada, sufrió los
interrogatorios de la Guardia Civil, que la
extorsionaban apuntándole con los fusiles
al vientre.
Después de su ejecución, la represión continuó. La familia sufrió la expropiación de
su casa y sobrevivió pidiendo limosna, vendiendo excrementos de animales y viviendo
en una cuadra, con el estigma de ser «mujer
e hijas de rojo».
Aquel 27 de marzo, Rosarito, Libertad
y Dolores perdieron a su padre. A ellas
les dedicó poemas y cartas desde prisión.
Rosarito memorizó cada verso del poema
que recibió cuando cumplió cinco años.
Hoy, Charo y María José, las nietas de
Vicente, guardan con cuidado los objetos
que hablan de su memoria.
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Antonio Monzó Fita
A Antonio le alertaron de que corría peligro, pero renunció a huir en barco desde
Alicante porque no había cometido ningún
delito de sangre. La realidad es que, con
treintaicinco años, fue encerrado en la cárcel Modelo de València, y dos meses después, el 21 de julio de 1939, fue fusilado.
María Cruz, su mujer, y Paco, Antonio y
Maria, sus hijos, guardaron silencio sobre
este asesinato hasta que llegó de nuevo la
democracia. Lo sabían, pero callaban por
miedo y para proteger a la familia.
Paco ha guardado, durante más de ochenta años, los únicos objetos que conserva de
su padre: dos fotografías, un cartón identificativo de la cárcel y una cartera con sus
iniciales, que escondía dos cartas. Su hijo,
Toni, no ha conocido esta historia hasta
hace poco: que su abuelo formó parte de los
«nueve de Quart de Poblet», que fue enterrado individualmente junto a la fosa 21 y
que fue asesinado por ser de la UGT y era
miembro del Comité Revolucionario Local.
Manuel Baltasar Hernández Sáez
La última voluntad de Gracia Espí fue que
su nieta, Amelia Hernández, heredara una
caja que guardaba en una cómoda, y que
solo podría abrir cuando ella muriese. La
caja contenía pertenencias de su marido,
Manuel Baltasar, fusilado el 29 de julio de
1939, con veintitrés años. Eran los retales
y el mechón de pelo que Leoncio Badía, el
enterrador de Paterna, le había dado para
confirmar la identidad de su marido, sepultado en la fosa 22.
Gracia y Manuel Baltasar se casaron jóvenes y vivieron un tiempo en Francia. En
1934 volvieron a España, y en dos años el
golpe de Estado cambió sus vidas. Él, que
era chófer y de la UGT, fue detenido en
Carlet en 1939 y trasladado a San Miguel
de los Reyes. La familia recuerda que, en
prisión, desgastó la foto de su hijo George
de tanto besarla.
Amelia conserva las pertenencias de su abuelo tal cual las heredó, envueltas con papel de
periódico de la época, con restos de tierra de
la fosa y algunas manchas de sangre.
José Manuel Murcia Martínez
Cuando abrieron la fosa 94, Carolina
Martínez sintió que por fin podía hacer
aquello que su madre y su abuela no habían podido conseguir. Allí habían lanzado
a su abuelo José Manuel, junto con treinta
y ocho personas más, fusiladas el 6 de noviembre de 1939. El duro y largo proceso
de exhumación culminó con la felicidad de
saber que el ADN había confirmado que el
individuo 5 de esta fosa era su abuelo.
Aunque no lo había conocido, sabía por su
abuela Carolina Ródenas que era un hombre sencillo, serio y trabajador. José Manuel
compaginó el trabajo de jornalero con la
defensa de los ideales socialistas, ejerciendo
varios cargos: era miembro del secretariado
de la UGT en València, regidor de agricultura en Ayora e impulsor de la colectivización agrícola local.
A su mujer la condenaron a doce años y
un día de prisión, y también encarcelaron
a su hijo Manuel. Además, les obligaban a
alojar soldados franquistas en casa, un castigo que atemorizaba a las hijas, Amparo
y Amalia, que dormían encerradas en una
habitación por miedo.
Pablo Lacruz Muñoz
Pablo era campesino y nació a Chera
en 1901. Se casó con Dolores Igual, con
quien tuvo dos hijos, Activo y Pablo.
Comprometido con el socialismo, fundó la
UGT en el pueblo y ejerció de concejal en
el Ayuntamiento. Al igual que la mayoría
de republicanos, cuando acabó la guerra
fue detenido, encarcelado, procesado en un
juicio sumarísimo, acusado de «adhesión a
la rebelión» y fusilado.
A Pablo le asesinaron en Paterna el 9
de noviembre de 1939 y, durante más de
quince años, la familia fue víctima de una
represión continuada. Periódicamente, la
Guardia Civil les amenazaba con expropiarles los bienes, y tuvieron que sobrevivir
con muchas dificultades.
Junto con Pablo, ejecutaron a treinta y siete
personas más. Su hijo Activo no quiso olvidarle nunca y por eso copió sus nombres
del libro de fallecimientos del cementerio
de Paterna –hoy desaparecido–, para que
le acompañaran siempre. Años más tarde,
pidió a su hija, Gloria Lacruz, que mecanografiase la lista para que no se perdiese.
Activo la llevó en el bolsillo de los pantalones todos los días de su vida.
Vicente Mollá Galiana
Vicente atesoraba en prisión una fotografía
de su mujer y su hija, hecha en Ontinyent,
su pueblo, en junio de 1938. Un año y cinco meses después, en el reverso de esta fotografía, Vicente tuvo que escribir su carta de
despedida apresuradamente.
En solo cuarenta y seis palabras, dijo adiós,
alertó de posibles represalias e indicó la dirección de su casa en un intento desesperado: «quien lo recoja que lo entregue en esta
dirección».
La memoria familiar explica que lanzó la
fotografía desde el camión que, desde la
cárcel, se lo llevaba a Paterna. Alguien la
recogió y la envió a Ontinyent. Consuelo
Gandía y Concepción Mollá, viuda y huérfana –de apenas tres años–, tuvieron que
hacer frente a la dureza de una posguerra
y de una dictadura que se ensañó con las
familias de los represaliados.
Esta fotografía y la inusual historia que
hay detrás han mantenido la memoria de
Vicente, aquel ebanista fusilado el 6 de noviembre de 1939, con treinta y un años, por
sus ideales socialistas y porque era regidor
del Ayuntamiento de Ontinyent.
Daniel Navarro García
María Ángeles Navarro lleva luchando desde hace años para encontrar a su abuelo,
Daniel Navarro, y recuperar su memoria.
Tanto que, en 2014, solicitó la acreditación
de reconocimiento y reparación personal al
Ministerio de Justicia.
A Daniel lo detuvieron en su pueblo,
Algemesí, en 1939, y pasó por la prisión de
Alzira y por la Modelo de València. En las
cartas que envió durante su reclusión, pedía
encarecidamente a sus hijos cuadernos y lápices para dibujar y escribir, seguramente
como una vía de evasión, ya que Daniel era
dibujante, pintor y cineasta.
Su asesinato, el 25 de mayo de 1940, dejó
huérfanos a Daniel, Josefa, Amparo y
Manuel, que ya habían perdido a su madre, Atilana Valenzuela, durante la guerra.
La noticia llegó a casa en una carta escrita
por Francisco C., el inseparable amigo de
Daniel en prisión.
Tiempo después recibió el indulto, pero el
cuerpo de Daniel ya estaba en la fosa 114.
María Ángeles mantiene viva la ilusión –
como dice ella– de «poder conocerte, abuelo», mientras espera los resultados de ADN.
César Sancho de la Pasión
Libertad recordaba perfectamente el momento en que detuvieron a su padre:
«Vinieron a casa, estaba en el corral, se lo
llevaron, lo cerraron y ya no volvió». Era
una de las pequeñas de los ocho hijos –César,
Vicentico, Enrique, Carmen, Enrique,
Amada y Amado – de César Sancho y de
Carmen Granell, vecinos de Meliana.
Al padre solo lo volverían a ver en prisión.
Y únicamente en días especiales, como el
día de la Merced, patrona de las prisiones.
Carmen, en cambio, iba a menudo a llevarle una cesta con ropa limpia y comida.
La familia supo con antelación cuando iban a ejecutarlo. El 23 de octubre de
1940, Carmen, en compañía del tío Fabri
y de su amiga Paquita, fue al cementerio
de Paterna. Lavó su cuerpo, lo puso en un
ataúd que había comprado e introdujo dentro una botellita de vidrio con su nombre.
César, de la UGT y presidente del Comité
Municipal de Defensa, fue identificado a
partir del ADN y exhumado de la fosa 120
en 2020, junto con doce compañeros del
equipo de gobierno de Meliana.
Las ausencias
Hay historias que no se cuentan por miedo.
La política del terror de la dictadura franquista irrumpió con violencia en la esfera
más íntima de las familias. Tanto, que el miedo se ha heredado generación tras generación. Ocultar los objetos, e incluso destruirlos, negar y rehacer el relato o compartirlo
solo a puerta cerrada expresan la eficacia de
unos silencios impuestos por décadas.
El paso del tiempo ha ayudado a diluir muchas de estas historias, y algunas se han borrado para siempre.
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Castellano
OBJETOS FAMILIARES
Historias de vida
mento, decidió averiguar quién era y qué
había pasado con su abuelo.
José Giner Navarro
Águeda Campos Barrachina y
Amando Muñiz Verdayes
Una fotografía hecha en tiempo de guerra
y algunos recortes de ropa son la única herencia que recibieron Vicente y Pepe, con
apenas seis y cinco años de edad, cuando
sus padres fueron fusilados. A Águeda y
Amando los asesinaron el mismo 5 de abril
de 1941, y fueron lanzados juntos a la fosa
135, después de dos años de reclusión en la
cárcel de Santa Clara y en la cárcel Modelo
de València.
Los dos militaban en el Partido Obrero de
Unificación Marxista (POUM) de València
y tenían un firme compromiso con los ideales republicanos. Tanto que, como recordaba Vicente, un 14 de abril Águeda izó una
bandera republicana en el patio de la prisión que había confeccionado con un palo
y un trozo de tela, acto por el cual fue castigada en una celda de aislamiento.
Vicente y Pepe también sufrieron la pena
de prisión, puesto que estaban recluidos
con ella. Como eran hijos de vencidos, su
internamiento continuó después, durante años, en el asilo de huérfanos de San
Francisco Javier de València.
Salvador Lloris Épila
A Salvador le gustaba tocar la guitarra.
Había nacido en 1899 en Alfara del Patriarca
y era labrador. Cuentan que era buen cocinero de paellas. Se casó con Amalia Ponce y
tuvieron dos hijos, Salvador y Manolo.
Era creyente y de izquierdas, pero la familia
desconoce su filiación política. Lo que sí saben es que formó parte del ejército español
en la Guerra de Marruecos y que, a raíz del
golpe de Estado de 1936, luchó defendiendo la República.
Después de la guerra, le acusaron de participar, junto con otras personas, en la muerte de un guardia civil, y fue condenado a
muerte. Aunque el párroco del pueblo intercedió por él, le fusilaron el 17 de julio de
1939. Al día siguiente, la familia pudo recuperar su cuerpo y comprar un ataúd para
enterrarle individualmente y evitar la fosa.
Esta historia se mantuvo silenciada durante años, hasta que su nieta, Pilar Lloris,
encontró las cartas y algunos objetos que
realizó Salvador en prisión. En aquel mo-
El 21 de julio de 1939, nueve hombres de
Quart de Poblet, miembros del Comité
Revolucionario Local, fueron fusilados en
Paterna. Entre ellos estaba José «el de la
comare», el más joven, a quien todos llamaban Pepín.
José tenía veintiocho años, no estaba casado ni tenía hijos. Fueron sus hermanas
Carmen y Conxeta quienes preservaron
su recuerdo en silencio durante décadas.
Pero en 2008, con motivo de un homenaje
público en el pueblo, Carmen hizo partícipe de esta memoria familiar a su nieta,
Pilar Taberner. Desde entonces, solo con
una foto, una carta de despedida y la frase sobrecogedora «nos lo mataron», Pilar
ha podido reconstruir parte de la historia
de vida de su tío abuelo: que era jornalero, de la UGT, miembro de las Juventudes
Socialistas Unificadas y que había luchado
en el frente de Teruel.
Cuando le encerraron, sus hermanas andaban cada día del pueblo a la cárcel Modelo
para llevarle comida y ropa. Hasta que un
día, al llegar, supieron que se habían llevado a los «nueve de Quart Poblet» a fusilar.
Vicente Roig Regal
De septiembre de 1939 a octubre de 1940,
Vicente, de Alginet, estuvo recluido en diferentes penales: en Carlet, en San Miguel
de los Reyes y en la Modelo. Casi cuatrocientos días, durante los cuales ni él ni su
mujer, Julia Tortosa, perdieron el contacto.
La familia aún conserva 112 cartas que describen el miedo y los anhelos de dentro y
fuera de la cárcel.
El descubrimiento de estas cartas y las visitas al cementerio de Paterna hicieron que
surgieran preguntas, como relata su nieta,
Verónica Roig. Hasta entonces, en casa contaban que el abuelo había muerto en la guerra. La necesidad de saber qué había pasado realmente permitió a la familia averiguar
algunas historias extraordinarias; por ejemplo, cuando Vicente conoció a su hijo en prisión: la familia introdujo al bebé escondido
en una cesta de ropa, después de sobornar al
guardia con una cazuela de arroz.
Por amor a su hijo, Vicente hizo a mano un
anillo, algunas alpargatas y un colgante que
envió a casa. Sus noticias dejaron de llegar el
31 de octubre de 1940, cuando le fusilaron.
Felipe Carreres Flores
Los hermanos Carreres sufrieron la represión en primera persona. Ramon tuvo que
exiliarse en Francia y no volvió hasta 1969.
Felipe y Pepe fueron fusilados en Paterna
en 1939.
No se conservan objetos personales de
Pepe. La familia sabe que era jornalero y
de la Federación Anarquista Ibérica (FAI),
y que fue arrojado a la fosa 115. Felipe,
identificado en la fosa 22, trabajaba en el
campo y en la industria siderúrgica. Estaba
afiliado al Partido Comunista, era miembro
del sindicato del arroz y fue socio fundador
de la banda de su pueblo, el Puig de Santa
Maria.
Su fusilamiento dejó a su mujer, María
Duato, a cargo de cuatro hijos y un suegro
con demencia. María tuvo que recurrir al
estraperlo para sobrevivir y soportó el castigo de no poder hacer el duelo. Aun así,
siempre habló de la historia familiar, que
transmitió a sus nietos, nietas y bisnietas.
Antes de morir, María pidió que la enterraran con los recortes de ropa y la carta de
despedida de su marido.
Vicente Ortí Garrigues
«Rosario, no vayas, que ya no está». Así
supo Rosario Fita que habían fusilado a su
marido. Aquel 27 de marzo de 1940 asesinaron a este zapatero de Torrent, funcionario de prisiones y militante del Partido
Comunista.
La pesadilla había empezado con el fin
de la guerra. Vicente, que lo había dejado
todo para luchar en el frente, tuvo que esconderse; y Rosario, embarazada, sufrió los
interrogatorios de la Guardia Civil, que la
extorsionaban apuntándole con los fusiles
al vientre.
Después de su ejecución, la represión continuó. La familia sufrió la expropiación de
su casa y sobrevivió pidiendo limosna, vendiendo excrementos de animales y viviendo
en una cuadra, con el estigma de ser «mujer
e hijas de rojo».
Aquel 27 de marzo, Rosarito, Libertad
y Dolores perdieron a su padre. A ellas
les dedicó poemas y cartas desde prisión.
Rosarito memorizó cada verso del poema
que recibió cuando cumplió cinco años.
Hoy, Charo y María José, las nietas de
Vicente, guardan con cuidado los objetos
que hablan de su memoria.
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Antonio Monzó Fita
A Antonio le alertaron de que corría peligro, pero renunció a huir en barco desde
Alicante porque no había cometido ningún
delito de sangre. La realidad es que, con
treintaicinco años, fue encerrado en la cárcel Modelo de València, y dos meses después, el 21 de julio de 1939, fue fusilado.
María Cruz, su mujer, y Paco, Antonio y
Maria, sus hijos, guardaron silencio sobre
este asesinato hasta que llegó de nuevo la
democracia. Lo sabían, pero callaban por
miedo y para proteger a la familia.
Paco ha guardado, durante más de ochenta años, los únicos objetos que conserva de
su padre: dos fotografías, un cartón identificativo de la cárcel y una cartera con sus
iniciales, que escondía dos cartas. Su hijo,
Toni, no ha conocido esta historia hasta
hace poco: que su abuelo formó parte de los
«nueve de Quart de Poblet», que fue enterrado individualmente junto a la fosa 21 y
que fue asesinado por ser de la UGT y era
miembro del Comité Revolucionario Local.
Manuel Baltasar Hernández Sáez
La última voluntad de Gracia Espí fue que
su nieta, Amelia Hernández, heredara una
caja que guardaba en una cómoda, y que
solo podría abrir cuando ella muriese. La
caja contenía pertenencias de su marido,
Manuel Baltasar, fusilado el 29 de julio de
1939, con veintitrés años. Eran los retales
y el mechón de pelo que Leoncio Badía, el
enterrador de Paterna, le había dado para
confirmar la identidad de su marido, sepultado en la fosa 22.
Gracia y Manuel Baltasar se casaron jóvenes y vivieron un tiempo en Francia. En
1934 volvieron a España, y en dos años el
golpe de Estado cambió sus vidas. Él, que
era chófer y de la UGT, fue detenido en
Carlet en 1939 y trasladado a San Miguel
de los Reyes. La familia recuerda que, en
prisión, desgastó la foto de su hijo George
de tanto besarla.
Amelia conserva las pertenencias de su abuelo tal cual las heredó, envueltas con papel de
periódico de la época, con restos de tierra de
la fosa y algunas manchas de sangre.
José Manuel Murcia Martínez
Cuando abrieron la fosa 94, Carolina
Martínez sintió que por fin podía hacer
aquello que su madre y su abuela no habían podido conseguir. Allí habían lanzado
a su abuelo José Manuel, junto con treinta
y ocho personas más, fusiladas el 6 de noviembre de 1939. El duro y largo proceso
de exhumación culminó con la felicidad de
saber que el ADN había confirmado que el
individuo 5 de esta fosa era su abuelo.
Aunque no lo había conocido, sabía por su
abuela Carolina Ródenas que era un hombre sencillo, serio y trabajador. José Manuel
compaginó el trabajo de jornalero con la
defensa de los ideales socialistas, ejerciendo
varios cargos: era miembro del secretariado
de la UGT en València, regidor de agricultura en Ayora e impulsor de la colectivización agrícola local.
A su mujer la condenaron a doce años y
un día de prisión, y también encarcelaron
a su hijo Manuel. Además, les obligaban a
alojar soldados franquistas en casa, un castigo que atemorizaba a las hijas, Amparo
y Amalia, que dormían encerradas en una
habitación por miedo.
Pablo Lacruz Muñoz
Pablo era campesino y nació a Chera
en 1901. Se casó con Dolores Igual, con
quien tuvo dos hijos, Activo y Pablo.
Comprometido con el socialismo, fundó la
UGT en el pueblo y ejerció de concejal en
el Ayuntamiento. Al igual que la mayoría
de republicanos, cuando acabó la guerra
fue detenido, encarcelado, procesado en un
juicio sumarísimo, acusado de «adhesión a
la rebelión» y fusilado.
A Pablo le asesinaron en Paterna el 9
de noviembre de 1939 y, durante más de
quince años, la familia fue víctima de una
represión continuada. Periódicamente, la
Guardia Civil les amenazaba con expropiarles los bienes, y tuvieron que sobrevivir
con muchas dificultades.
Junto con Pablo, ejecutaron a treinta y siete
personas más. Su hijo Activo no quiso olvidarle nunca y por eso copió sus nombres
del libro de fallecimientos del cementerio
de Paterna –hoy desaparecido–, para que
le acompañaran siempre. Años más tarde,
pidió a su hija, Gloria Lacruz, que mecanografiase la lista para que no se perdiese.
Activo la llevó en el bolsillo de los pantalones todos los días de su vida.
Vicente Mollá Galiana
Vicente atesoraba en prisión una fotografía
de su mujer y su hija, hecha en Ontinyent,
su pueblo, en junio de 1938. Un año y cinco meses después, en el reverso de esta fotografía, Vicente tuvo que escribir su carta de
despedida apresuradamente.
En solo cuarenta y seis palabras, dijo adiós,
alertó de posibles represalias e indicó la dirección de su casa en un intento desesperado: «quien lo recoja que lo entregue en esta
dirección».
La memoria familiar explica que lanzó la
fotografía desde el camión que, desde la
cárcel, se lo llevaba a Paterna. Alguien la
recogió y la envió a Ontinyent. Consuelo
Gandía y Concepción Mollá, viuda y huérfana –de apenas tres años–, tuvieron que
hacer frente a la dureza de una posguerra
y de una dictadura que se ensañó con las
familias de los represaliados.
Esta fotografía y la inusual historia que
hay detrás han mantenido la memoria de
Vicente, aquel ebanista fusilado el 6 de noviembre de 1939, con treinta y un años, por
sus ideales socialistas y porque era regidor
del Ayuntamiento de Ontinyent.
Daniel Navarro García
María Ángeles Navarro lleva luchando desde hace años para encontrar a su abuelo,
Daniel Navarro, y recuperar su memoria.
Tanto que, en 2014, solicitó la acreditación
de reconocimiento y reparación personal al
Ministerio de Justicia.
A Daniel lo detuvieron en su pueblo,
Algemesí, en 1939, y pasó por la prisión de
Alzira y por la Modelo de València. En las
cartas que envió durante su reclusión, pedía
encarecidamente a sus hijos cuadernos y lápices para dibujar y escribir, seguramente
como una vía de evasión, ya que Daniel era
dibujante, pintor y cineasta.
Su asesinato, el 25 de mayo de 1940, dejó
huérfanos a Daniel, Josefa, Amparo y
Manuel, que ya habían perdido a su madre, Atilana Valenzuela, durante la guerra.
La noticia llegó a casa en una carta escrita
por Francisco C., el inseparable amigo de
Daniel en prisión.
Tiempo después recibió el indulto, pero el
cuerpo de Daniel ya estaba en la fosa 114.
María Ángeles mantiene viva la ilusión –
como dice ella– de «poder conocerte, abuelo», mientras espera los resultados de ADN.
César Sancho de la Pasión
Libertad recordaba perfectamente el momento en que detuvieron a su padre:
«Vinieron a casa, estaba en el corral, se lo
llevaron, lo cerraron y ya no volvió». Era
una de las pequeñas de los ocho hijos –César,
Vicentico, Enrique, Carmen, Enrique,
Amada y Amado – de César Sancho y de
Carmen Granell, vecinos de Meliana.
Al padre solo lo volverían a ver en prisión.
Y únicamente en días especiales, como el
día de la Merced, patrona de las prisiones.
Carmen, en cambio, iba a menudo a llevarle una cesta con ropa limpia y comida.
La familia supo con antelación cuando iban a ejecutarlo. El 23 de octubre de
1940, Carmen, en compañía del tío Fabri
y de su amiga Paquita, fue al cementerio
de Paterna. Lavó su cuerpo, lo puso en un
ataúd que había comprado e introdujo dentro una botellita de vidrio con su nombre.
César, de la UGT y presidente del Comité
Municipal de Defensa, fue identificado a
partir del ADN y exhumado de la fosa 120
en 2020, junto con doce compañeros del
equipo de gobierno de Meliana.
Las ausencias
Hay historias que no se cuentan por miedo.
La política del terror de la dictadura franquista irrumpió con violencia en la esfera
más íntima de las familias. Tanto, que el miedo se ha heredado generación tras generación. Ocultar los objetos, e incluso destruirlos, negar y rehacer el relato o compartirlo
solo a puerta cerrada expresan la eficacia de
unos silencios impuestos por décadas.
El paso del tiempo ha ayudado a diluir muchas de estas historias, y algunas se han borrado para siempre.
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