Hojas de sala Arqueologia de la memòria. Textos de sala
2024
Hoja de sala
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clama Verdad para conocer el pasado y hablar de lo que no se ha
hablado; Justicia para esclarecer los crímenes y luchar contra la impunidad, y Reparación para tratar a las víctimas con la humanidad
que merecen y facilitar, así, el duelo de las familias.
Seamos conscientes o no, este pasado traumático nos afecta al conjunto de la sociedad, porque forma parte de lo que somos. Por eso,
debemos entender que construir la memoria es una responsabilidad colectiva.
Castellano
Sabemos quiénes son
Detrás de las cifras, siempre sobrecogedoras, se esconden personas
concretas, con nombre, apellidos e historias de vida. Si bien en el
ámbito familiar a menudo ha perdurado su recuerdo, en el ámbito
público sus vidas han quedado muchas veces reducidas a la condición de víctimas. Como si su identidad estuviera definida solo por
el último momento de su vida: el fusilamiento y la fosa.
Saber quiénes eran y qué hicieron antes de su asesinato contribuye
a reivindicarlas en vida, en sus trayectorias personales y políticas,
en sus redes de afectos, en sus anhelos y luchas. Cada nombre y
cada microhistoria recuperada y compartida contribuye a romper
el silencio y la desmemoria.
EXPOSICIÓN EXTERIOR
Arqueología, exhumaciones y viñetas
La exhumación de las fosas comunes del franquismo se ha convertido en un tema muy mediático. A raíz de las pioneras intervenciones arqueológicas realizadas en 2000 y de la aprobación de
la primera Ley de Memoria Histórica en 2007, la memoria de la
represión franquista ha irrumpido con fuerza en el debate político
y en la opinión pública.
Este boom de la memoria sigue vivo en el presente, y ello ha contribuido al conocimiento y a la reflexión sobre un pasado reciente
que todavía no se ha cerrado. Un pasado convertido en noticia a
través de la televisión, la radio, la prensa escrita y las redes sociales
que evidencia, ahora más que nunca, que se trata de un tema de
actualidad.
Uno de los lenguajes con más potencial para comunicar la complejidad de un tema como este es la ilustración. Ya sea en viñetas
en los periódicos o de manera monográfica en cómics y libros ilustrados, la representación de las fosas comunes funciona como una
síntesis del debate acerca de la memoria histórica.
En esta recopilación de ilustraciones se plantea un recorrido visual
a través del cual se abordan cuestiones como la no judicialización
de los crímenes del franquismo, la impunidad de la dictadura, la
equiparación entre víctimas y victimarios, el silencio y la desmemoria, o el papel de la arqueología en la construcción de la memoria democrática.
El pasado empieza ayer, y la arqueología, como ciencia
especializada en su estudio, es muy consciente de ello.
A pesar de que se ha popularizado como una disciplina
dedicada al descubrimiento de civilizaciones pretéritas
y objetos antiguos, la realidad es muy diferente.
La arqueología estudia todo lo relacionado con las
sociedades humanas desde la prehistoria hasta el pasado
más reciente, a través de un amplio abanico de fuentes:
objetos, paisajes, espacios, construcciones, escritos,
restos humanos… y, cuando es posible, también de los
testimonios orales.
Por eso se equipa de herramientas y metodologías muy
diversas que la conectan con otras disciplinas, como la
historia, la antropología o la geología, y la caracterizan
como una ciencia interdisciplinaria.
Esta mirada transversal le permite ir más allá de la simple
extracción de restos del subsuelo. En realidad, la finalidad
de la arqueología es analizar, interpretar y difundir el
conocimiento del pasado, con un firme compromiso con
las realidades y los conflictos del presente.
«Arqueología de la memoria. Las fosas de Paterna»
propone un recorrido por nuestro pasado reciente más
traumático y explica el papel de la arqueología en la
recuperación de las evidencias y las memorias de la
represión franquista.
SALA IV
SALA III
SALA II
SALA I
EXPOSICIÓN EXTERIOR
SALA I
LA ARQUEOLOGÍA DEL PASADO RECIENTE
Los conflictos contemporáneos y la arqueología
La historia de la humanidad está atravesada por la barbarie.
Conceptos como genocidio, crimen de lesa humanidad o fosa común forman parte, desgraciadamente, de nuestra realidad. No en vano, el
mundo contemporáneo ha sido un campo de experimentación en
el uso de la violencia y la represión como mecanismos de legitimación del poder, y de la purga y la eliminación de la disidencia.
Sobre estos pasados traumáticos se imponen silencios, pero las evidencias, a menudo ocultadas o destruidas, resisten. El recuerdo
de un familiar, los barracones de un campo de concentración, la
señalización de una fosa común o la carta de despedida de una
persona sentenciada a muerte constituyen pruebas irrefutables de
violaciones de los derechos más fundamentales.
A partir de estas evidencias, la arqueología –en particular su especialidad forense– colabora en el esclarecimiento de los crímenes
y en la recuperación de los cuerpos y las historias de vida de las
víctimas. Y contribuye, a la vez, al conocimiento de los espacios
de perpetración y los lugares de memoria a escala internacional.
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La arqueología forense
La recuperación de desaparecidos por violencia de Estado tiene
como punto de referencia las intervenciones de la arqueología forense desarrolladas en América Latina. Argentina es uno de los
primeros países en promover la investigación de los crímenes perpetrados contra su población civil durante la dictadura militar.
Esta necesidad de hacer justicia constituye el embrión de muchos
de los procedimientos científicos que, desde los años ochenta, se
llevan a cabo por todo el mundo. Una práctica que se ampara en
las directrices y normativas internacionales en materia de derechos humanos.
En el Estado español, estos protocolos no llegan hasta el inicio
del siglo xxi, y se aplican en la investigación de la represión de la
guerra y la dictadura. En particular, han sido las familias de las
víctimas del franquismo quienes siempre han reclamado a los poderes públicos el derecho a la verdad, a la justicia y a la reparación.
Estas reivindicaciones continúan vigentes en la actualidad. Sin
embargo, la anomalía es que la legislación española no contempla
la judicialización de los asesinatos de la dictadura, al considerar
que los crímenes han prescrito.
Saber quiénes son
Abrir la fosa no es el final, sino el principio de todo. Hay que poner
nombre a las víctimas, acompañar y dar voz a las familias, y hacer
del trauma una cuestión de reflexión y compromiso público.
Es un proceso minucioso, complejo, largo, que no siempre da los
resultados esperados y que requiere de ética social y profesional.
La identificación genética de los restos empieza, paradójicamente,
con un elemento tan aséptico como una caja de cartón, donde los
restos humanos permanecen a la espera de los resultados de las
pruebas de ADN.
España, posguerra y represión
En 1939 termina la guerra en España, pero no llega la paz. A raíz
del golpe de estado de 1936, el general Francisco Franco instaura
por la fuerza un régimen militar totalitario, profundamente antidemocrático, que se alarga hasta 1975.
En esta «nueva España» no hay lugar para los derechos civiles,
ni para los partidos políticos, ni los sindicatos, ni para ningún
pensamiento ni conducta que se desvíe de la norma impuesta.
La violencia se institucionaliza como mecanismo de represión y
propaganda, e invade todos y cada uno de los ámbitos de la vida
de las mujeres y los hombres. Con el encarcelamiento, los juicios
sumarísimos y los fusilamientos, el régimen señala y elimina físicamente a «los vencidos».
Ante esta situación, muchos encontrarán en el exilio en el extranjero una vía de supervivencia. Sin embargo, la mayoría tendrá que
sufrir un «exilio interior» lleno de violencias: desde las humillaciones públicas, pasando por las depuraciones y expropiaciones
forzosas, hasta la reeducación ideológica y moral y la brutalidad
de la violencia sexual. La represión se inflige más allá de la muerte.
SALA II
PATERNA: FOSAS COMUNES Y MEMORIA
El cementerio y el muro del Terrer
Paterna es un caso paradigmático de la represión franquista de
posguerra. Este municipio, a menos de diez kilómetros de València,
conserva dos espacios destacados de violencia y memoria: el muro
del Terrer como lugar de fusilamientos y el cementerio municipal
como gran fosa común.
Durante casi dos décadas (1939-1956), la dictadura asesinó en este
lugar al menos a 2.237 personas, la inmensa mayoría en los cinco
primeros años. Estos crímenes responden a una política premeditada de eliminación de aquellas personas que el franquismo consideraba no afectas al régimen.
Los asesinatos impusieron el silencio y el miedo, pero no el olvido.
Las familias, desde un primer momento, preservaron a escondidas
la memoria de sus desaparecidos. En realidad, algunas consiguieron trasladar el cuerpo «en caliente» –después del fusilamiento–
para evitar la fosa común.
Estas acciones y reivindicaciones, encabezadas sobre todo por las
viudas y las madres, son el germen de lo que décadas después constituirá el movimiento memorialista.
La arqueología de las fosas
La recuperación de las víctimas se inicia siempre a petición de las
familias. El trabajo empieza lejos de la fosa con la difícil búsqueda
de documentación histórica y de testimonios orales para compilar
información sobre las personas asesinadas y los sitios donde fueron
sepultadas.
Ya a pie de fosa, se abre la tierra para buscar las evidencias de los
crímenes. Se trata de un proceso riguroso y en equipo que exige una documentación exhaustiva de todo lo que aparece en el
subsuelo, para reconstruir cómo se formó y se llenó la fosa: los
cuerpos, los objetos y, en especial, los diferentes estratos de tierra.
Esta metodología de excavación es la que singulariza la disciplina
arqueológica.
Ahora bien, el propósito de las exhumaciones no es simplemente
vaciar fosas, sino recuperar cuerpos para poder identificar personas. Por eso, una parte esencial del proceso es el estudio antropológico y forense de los restos, las entrevistas a los familiares vivos y
los análisis de ADN.
A pesar de que no siempre es posible su identificación, la arqueología puede asumir una función verdaderamente reparativa para las
familias. De algún modo, la exhumación permite conectar física
y simbólicamente presente y pasado, superficie y subsuelo, vida
y muerte, materializando la búsqueda del familiar desaparecido.
Saber dónde están
Solo en el cementerio de Paterna se conocen más de 150 fosas
comunes del franquismo. Son cavidades hechas en el suelo, de
planta cuadrada –de unos 2x2 m–, que cubren buena parte de la
superficie del cementerio viejo. Algunas llegan hasta los 6 metros
de profundidad.
El número de fosas, el uso intensivo del espacio y las profundidades
de estos pozos evidencian la premeditación y la atrocidad de la
represión franquista: solo cavas una fosa de varios metros de profundidad si tienes intención de llenarla de cuerpos.
SALA III
MÁS ALLÁ DE LA MATERIALIDAD
Dentro y fuera de la fosa
Una cuchara. Un puñado de botones. Una medallita. Una caja
de cerillas. A simple vista, parecen objetos intrascendentes por su
carácter cotidiano. Pero cuando proceden de un espacio de represión, adquieren una especial significación al ser pruebas periciales
de los crímenes y, a su vez, al jugar un papel clave en los procesos
de construcción de nuestra memoria reciente.
Para las disciplinas científicas, los objetos constituyen documentos
que ayudan a contextualizar los hechos y pueden complementar
la identificación de las víctimas. Para las familias, encarnan el recuerdo de los desaparecidos, con un profundo valor emocional. Y
para el conjunto de la sociedad, son potenciales activadores de la
empatía y la reflexión sobre este pasado traumático.
Objetos exhumados
En el momento del crimen, las personas fusiladas apenas llevaban
encima unas pocas pertenencias. Algunas han sobrevivido más de
ochenta años bajo tierra. Recuperarlas nos ayuda a conformar una
instantánea de sus vidas, pero también de sus últimos momentos
en la cárcel y el paredón, marcados por la crueldad y la violencia.
A pesar de que la dictadura se esforzó por crear y popularizar una
imagen estereotipada de los represaliados –como «rojos» subversivos y peligrosos –, los materiales exhumados ilustran una realidad
con muchos matices. Lo que guardaban en los bolsillos nos habla
de proyectos personales y políticos.
En las fosas hay hombres y mujeres de edades y procedencias
distintas. Hay representación de la burguesía, de las profesiones
liberales y, sobre todo, de la clase trabajadora. Personas que defendían un amplio abanico de siglas políticas y que en algunos casos
habían ejercido un papel activo en la vida política, militar, social y
cultural de la República. Sin embargo, lo que las unía, por encima
de las diferencias, era su oposición al fascismo.
Vitrinas objetos exhumados
Hambre y precariedad
¿Qué significa llevar una cuchara en el bolsillo? ¿Quién utiliza a
diario una lendrera? La vida carcelaria va acompañada de masificación, enfermedades infecciosas y una penosa alimentación.
Estas condiciones infrahumanas y represivas hicieron que muchas
personas murieran en la prisión antes del fusilamiento y que otras
sufrieran enfermedades crónicas, tanto físicas como mentales.
Fe y religiosidad popular
El anticlericalismo fue un argumento utilizado por la dictadura
para desacreditar y represaliar a los defensores de la legalidad republicana. Si bien es cierto que algunos grupos hicieron uso de la
violencia contra la Iglesia, la República había instaurado el laicismo y la libertad de culto. De hecho, hay personas en las fosas que
fueron fusiladas con objetos devocionales católicos.
Represión y control
Entrar en prisión conlleva la privación total de libertad y una vigilancia absoluta: rutinas supervisadas, censura, control de visitas,
revisión de pertenencias y una firme reeducación moral e ideológica. El individuo es desposeído de su identidad y se convierte en
parte de una masa uniforme de culpables. El fusilamiento será la
culminación de esta violencia.
Compañerismo
Las condiciones miserables de la prisión hacen proliferar la cooperación y el apoyo mutuo en la lucha por sobrevivir. Compartir el
tabaco, ayudar a leer el periódico y las cartas familiares, dividir un
peine en dos partes o escribir una dirección en un papel para pedir
ayuda o dar referencias, habla de la creación de vínculos afectivos
y de solidaridad.
Diferencias
No es lo mismo un botón de madera que un gemelo metálico y decorado. Tampoco es lo mismo un cinturón de cuero trenzado que
una simple cuerda para sostener los pantalones. La forma de vestir
es el reflejo de la clase social. La vestimenta y los objetos personales
también individualizan las personalidades.
Evasiones
La reclusión se traduce en una doble derrota moral: aceptar la
condena impuesta en juicios sin garantías y asumir la imposición
de un sistema antagónico a sus ideales. La supervivencia pasa, a
menudo, por encontrar vías de escape mental, como por ejemplo
fumar, jugar con objetos reutilizados o aferrarse a elementos que
evocan la realidad perdida.
Las señaladas
Entre todas las violencias que sufrieron las mujeres a manos de
un franquismo abiertamente paternalista y misógino, la condena
a muerte buscaba la eliminación de aquellas que la dictadura consideraba «rojas» irrecuperables. Las veinte fusiladas en Paterna,
comprometidas política e intelectualmente, fueron asesinadas por
salirse de la norma.
Añoranza
Afrontar el aislamiento y la incertidumbre de una vida entre rejas
intensifica la ausencia de las personas queridas. El recuerdo, con
frecuencia, se materializa a través de los objetos. Por eso, algunos
presos atesoran elementos personales que conservan del exterior
–una foto, una trenza. Y, a su vez, elaboran objetos con huesos de
frutas, piedras, hilo o esparto, que envían a sus casas.
Comunicarse
Durante los días, meses e incluso años que duran las penas, el contacto con el exterior se limita a las ocasionales visitas familiares
y a la llegada de la correspondencia. La escritura en la cárcel se
convierte en una tabla de salvación, al mantener vivo el vínculo
con el exterior a través de cartas y postales que relatan el día a día.
También el último adiós, expresado en la carta de despedida, se
escribe con lápiz.
No olvidar
A pesar del empeño del régimen franquista por borrar la vida y la
memoria de estas personas, las familias manifiestan su intención
de recuperar los cuerpos desde el mismo momento del asesinato.
Entre las prácticas excepcionales de resistencia está introducir en
la fosa –con la complicidad del enterrador– ramos de flores o elementos identificativos, como notas manuscritas con el nombre y
los apellidos de la persona fusilada.
Objetos familiares
La muerte del represaliado abre una grieta profunda. La angustia,
sin embargo, empieza antes, cuando la familia debe afrontar la
desaparición, el encarcelamiento y un juicio ilegal que culminará
con la sentencia de muerte. La pérdida hace persistente una herida
que se agravará con el estigma social de sobrevivir siendo familiar
de una persona fusilada.
Las familias son víctimas crónicas de la represión. Madres, padres,
maridos, mujeres, hijos e hijas de «rojos» y «rojas» sufrirán en
primera persona todo tipo de castigos y vejaciones. Afrontar este
trauma en un escenario de control asfixiante como es la dictadura
no provoca la misma reacción en todas las personas. Hay quien
olvida conscientemente debido al dolor y al qué dirán. Hay quien
elige el silencio y decide no hablar por supervivencia. Y hay quien,
en privado, se arriesga a mantener y transmitir la memoria a las
siguientes generaciones.
Especialmente, las mujeres harán de la casa un espacio de resistencia en el que, a escondidas, recordarán y hablarán de lo que fuera
está perseguido. A menudo, la ausencia se intentará paliar con los
objetos del familiar desaparecido, que perviven ocultos en los cajones y se atesoran para conservar su recuerdo.
SALA IV
CONSTRUYENDO MEMORIA DEMOCRÁTICA
Víctimas de la desmemoria
Después de más de ochenta años, las familias todavía tienen que
reclamar el derecho a recuperar sus desaparecidos y a que se haga
justicia. A la negación absoluta durante la dictadura, se añaden, ya
en democracia, varias décadas de abandono e inacción institucional. Solo en los últimos años, los poderes públicos han empezado
a asumir la necesidad de poner en marcha políticas públicas de
memoria.
El marco internacional de los derechos humanos reconoce el derecho a la memoria y la garantía de no repetición como pilares
imprescindibles de las sociedades democráticas. Este derecho re-
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clama Verdad para conocer el pasado y hablar de lo que no se ha
hablado; Justicia para esclarecer los crímenes y luchar contra la impunidad, y Reparación para tratar a las víctimas con la humanidad
que merecen y facilitar, así, el duelo de las familias.
Seamos conscientes o no, este pasado traumático nos afecta al conjunto de la sociedad, porque forma parte de lo que somos. Por eso,
debemos entender que construir la memoria es una responsabilidad colectiva.
Castellano
Sabemos quiénes son
Detrás de las cifras, siempre sobrecogedoras, se esconden personas
concretas, con nombre, apellidos e historias de vida. Si bien en el
ámbito familiar a menudo ha perdurado su recuerdo, en el ámbito
público sus vidas han quedado muchas veces reducidas a la condición de víctimas. Como si su identidad estuviera definida solo por
el último momento de su vida: el fusilamiento y la fosa.
Saber quiénes eran y qué hicieron antes de su asesinato contribuye
a reivindicarlas en vida, en sus trayectorias personales y políticas,
en sus redes de afectos, en sus anhelos y luchas. Cada nombre y
cada microhistoria recuperada y compartida contribuye a romper
el silencio y la desmemoria.
EXPOSICIÓN EXTERIOR
Arqueología, exhumaciones y viñetas
La exhumación de las fosas comunes del franquismo se ha convertido en un tema muy mediático. A raíz de las pioneras intervenciones arqueológicas realizadas en 2000 y de la aprobación de
la primera Ley de Memoria Histórica en 2007, la memoria de la
represión franquista ha irrumpido con fuerza en el debate político
y en la opinión pública.
Este boom de la memoria sigue vivo en el presente, y ello ha contribuido al conocimiento y a la reflexión sobre un pasado reciente
que todavía no se ha cerrado. Un pasado convertido en noticia a
través de la televisión, la radio, la prensa escrita y las redes sociales
que evidencia, ahora más que nunca, que se trata de un tema de
actualidad.
Uno de los lenguajes con más potencial para comunicar la complejidad de un tema como este es la ilustración. Ya sea en viñetas
en los periódicos o de manera monográfica en cómics y libros ilustrados, la representación de las fosas comunes funciona como una
síntesis del debate acerca de la memoria histórica.
En esta recopilación de ilustraciones se plantea un recorrido visual
a través del cual se abordan cuestiones como la no judicialización
de los crímenes del franquismo, la impunidad de la dictadura, la
equiparación entre víctimas y victimarios, el silencio y la desmemoria, o el papel de la arqueología en la construcción de la memoria democrática.
El pasado empieza ayer, y la arqueología, como ciencia
especializada en su estudio, es muy consciente de ello.
A pesar de que se ha popularizado como una disciplina
dedicada al descubrimiento de civilizaciones pretéritas
y objetos antiguos, la realidad es muy diferente.
La arqueología estudia todo lo relacionado con las
sociedades humanas desde la prehistoria hasta el pasado
más reciente, a través de un amplio abanico de fuentes:
objetos, paisajes, espacios, construcciones, escritos,
restos humanos… y, cuando es posible, también de los
testimonios orales.
Por eso se equipa de herramientas y metodologías muy
diversas que la conectan con otras disciplinas, como la
historia, la antropología o la geología, y la caracterizan
como una ciencia interdisciplinaria.
Esta mirada transversal le permite ir más allá de la simple
extracción de restos del subsuelo. En realidad, la finalidad
de la arqueología es analizar, interpretar y difundir el
conocimiento del pasado, con un firme compromiso con
las realidades y los conflictos del presente.
«Arqueología de la memoria. Las fosas de Paterna»
propone un recorrido por nuestro pasado reciente más
traumático y explica el papel de la arqueología en la
recuperación de las evidencias y las memorias de la
represión franquista.
SALA IV
SALA III
SALA II
SALA I
EXPOSICIÓN EXTERIOR
SALA I
LA ARQUEOLOGÍA DEL PASADO RECIENTE
Los conflictos contemporáneos y la arqueología
La historia de la humanidad está atravesada por la barbarie.
Conceptos como genocidio, crimen de lesa humanidad o fosa común forman parte, desgraciadamente, de nuestra realidad. No en vano, el
mundo contemporáneo ha sido un campo de experimentación en
el uso de la violencia y la represión como mecanismos de legitimación del poder, y de la purga y la eliminación de la disidencia.
Sobre estos pasados traumáticos se imponen silencios, pero las evidencias, a menudo ocultadas o destruidas, resisten. El recuerdo
de un familiar, los barracones de un campo de concentración, la
señalización de una fosa común o la carta de despedida de una
persona sentenciada a muerte constituyen pruebas irrefutables de
violaciones de los derechos más fundamentales.
A partir de estas evidencias, la arqueología –en particular su especialidad forense– colabora en el esclarecimiento de los crímenes
y en la recuperación de los cuerpos y las historias de vida de las
víctimas. Y contribuye, a la vez, al conocimiento de los espacios
de perpetración y los lugares de memoria a escala internacional.
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La arqueología forense
La recuperación de desaparecidos por violencia de Estado tiene
como punto de referencia las intervenciones de la arqueología forense desarrolladas en América Latina. Argentina es uno de los
primeros países en promover la investigación de los crímenes perpetrados contra su población civil durante la dictadura militar.
Esta necesidad de hacer justicia constituye el embrión de muchos
de los procedimientos científicos que, desde los años ochenta, se
llevan a cabo por todo el mundo. Una práctica que se ampara en
las directrices y normativas internacionales en materia de derechos humanos.
En el Estado español, estos protocolos no llegan hasta el inicio
del siglo xxi, y se aplican en la investigación de la represión de la
guerra y la dictadura. En particular, han sido las familias de las
víctimas del franquismo quienes siempre han reclamado a los poderes públicos el derecho a la verdad, a la justicia y a la reparación.
Estas reivindicaciones continúan vigentes en la actualidad. Sin
embargo, la anomalía es que la legislación española no contempla
la judicialización de los asesinatos de la dictadura, al considerar
que los crímenes han prescrito.
Saber quiénes son
Abrir la fosa no es el final, sino el principio de todo. Hay que poner
nombre a las víctimas, acompañar y dar voz a las familias, y hacer
del trauma una cuestión de reflexión y compromiso público.
Es un proceso minucioso, complejo, largo, que no siempre da los
resultados esperados y que requiere de ética social y profesional.
La identificación genética de los restos empieza, paradójicamente,
con un elemento tan aséptico como una caja de cartón, donde los
restos humanos permanecen a la espera de los resultados de las
pruebas de ADN.
España, posguerra y represión
En 1939 termina la guerra en España, pero no llega la paz. A raíz
del golpe de estado de 1936, el general Francisco Franco instaura
por la fuerza un régimen militar totalitario, profundamente antidemocrático, que se alarga hasta 1975.
En esta «nueva España» no hay lugar para los derechos civiles,
ni para los partidos políticos, ni los sindicatos, ni para ningún
pensamiento ni conducta que se desvíe de la norma impuesta.
La violencia se institucionaliza como mecanismo de represión y
propaganda, e invade todos y cada uno de los ámbitos de la vida
de las mujeres y los hombres. Con el encarcelamiento, los juicios
sumarísimos y los fusilamientos, el régimen señala y elimina físicamente a «los vencidos».
Ante esta situación, muchos encontrarán en el exilio en el extranjero una vía de supervivencia. Sin embargo, la mayoría tendrá que
sufrir un «exilio interior» lleno de violencias: desde las humillaciones públicas, pasando por las depuraciones y expropiaciones
forzosas, hasta la reeducación ideológica y moral y la brutalidad
de la violencia sexual. La represión se inflige más allá de la muerte.
SALA II
PATERNA: FOSAS COMUNES Y MEMORIA
El cementerio y el muro del Terrer
Paterna es un caso paradigmático de la represión franquista de
posguerra. Este municipio, a menos de diez kilómetros de València,
conserva dos espacios destacados de violencia y memoria: el muro
del Terrer como lugar de fusilamientos y el cementerio municipal
como gran fosa común.
Durante casi dos décadas (1939-1956), la dictadura asesinó en este
lugar al menos a 2.237 personas, la inmensa mayoría en los cinco
primeros años. Estos crímenes responden a una política premeditada de eliminación de aquellas personas que el franquismo consideraba no afectas al régimen.
Los asesinatos impusieron el silencio y el miedo, pero no el olvido.
Las familias, desde un primer momento, preservaron a escondidas
la memoria de sus desaparecidos. En realidad, algunas consiguieron trasladar el cuerpo «en caliente» –después del fusilamiento–
para evitar la fosa común.
Estas acciones y reivindicaciones, encabezadas sobre todo por las
viudas y las madres, son el germen de lo que décadas después constituirá el movimiento memorialista.
La arqueología de las fosas
La recuperación de las víctimas se inicia siempre a petición de las
familias. El trabajo empieza lejos de la fosa con la difícil búsqueda
de documentación histórica y de testimonios orales para compilar
información sobre las personas asesinadas y los sitios donde fueron
sepultadas.
Ya a pie de fosa, se abre la tierra para buscar las evidencias de los
crímenes. Se trata de un proceso riguroso y en equipo que exige una documentación exhaustiva de todo lo que aparece en el
subsuelo, para reconstruir cómo se formó y se llenó la fosa: los
cuerpos, los objetos y, en especial, los diferentes estratos de tierra.
Esta metodología de excavación es la que singulariza la disciplina
arqueológica.
Ahora bien, el propósito de las exhumaciones no es simplemente
vaciar fosas, sino recuperar cuerpos para poder identificar personas. Por eso, una parte esencial del proceso es el estudio antropológico y forense de los restos, las entrevistas a los familiares vivos y
los análisis de ADN.
A pesar de que no siempre es posible su identificación, la arqueología puede asumir una función verdaderamente reparativa para las
familias. De algún modo, la exhumación permite conectar física
y simbólicamente presente y pasado, superficie y subsuelo, vida
y muerte, materializando la búsqueda del familiar desaparecido.
Saber dónde están
Solo en el cementerio de Paterna se conocen más de 150 fosas
comunes del franquismo. Son cavidades hechas en el suelo, de
planta cuadrada –de unos 2x2 m–, que cubren buena parte de la
superficie del cementerio viejo. Algunas llegan hasta los 6 metros
de profundidad.
El número de fosas, el uso intensivo del espacio y las profundidades
de estos pozos evidencian la premeditación y la atrocidad de la
represión franquista: solo cavas una fosa de varios metros de profundidad si tienes intención de llenarla de cuerpos.
SALA III
MÁS ALLÁ DE LA MATERIALIDAD
Dentro y fuera de la fosa
Una cuchara. Un puñado de botones. Una medallita. Una caja
de cerillas. A simple vista, parecen objetos intrascendentes por su
carácter cotidiano. Pero cuando proceden de un espacio de represión, adquieren una especial significación al ser pruebas periciales
de los crímenes y, a su vez, al jugar un papel clave en los procesos
de construcción de nuestra memoria reciente.
Para las disciplinas científicas, los objetos constituyen documentos
que ayudan a contextualizar los hechos y pueden complementar
la identificación de las víctimas. Para las familias, encarnan el recuerdo de los desaparecidos, con un profundo valor emocional. Y
para el conjunto de la sociedad, son potenciales activadores de la
empatía y la reflexión sobre este pasado traumático.
Objetos exhumados
En el momento del crimen, las personas fusiladas apenas llevaban
encima unas pocas pertenencias. Algunas han sobrevivido más de
ochenta años bajo tierra. Recuperarlas nos ayuda a conformar una
instantánea de sus vidas, pero también de sus últimos momentos
en la cárcel y el paredón, marcados por la crueldad y la violencia.
A pesar de que la dictadura se esforzó por crear y popularizar una
imagen estereotipada de los represaliados –como «rojos» subversivos y peligrosos –, los materiales exhumados ilustran una realidad
con muchos matices. Lo que guardaban en los bolsillos nos habla
de proyectos personales y políticos.
En las fosas hay hombres y mujeres de edades y procedencias
distintas. Hay representación de la burguesía, de las profesiones
liberales y, sobre todo, de la clase trabajadora. Personas que defendían un amplio abanico de siglas políticas y que en algunos casos
habían ejercido un papel activo en la vida política, militar, social y
cultural de la República. Sin embargo, lo que las unía, por encima
de las diferencias, era su oposición al fascismo.
Vitrinas objetos exhumados
Hambre y precariedad
¿Qué significa llevar una cuchara en el bolsillo? ¿Quién utiliza a
diario una lendrera? La vida carcelaria va acompañada de masificación, enfermedades infecciosas y una penosa alimentación.
Estas condiciones infrahumanas y represivas hicieron que muchas
personas murieran en la prisión antes del fusilamiento y que otras
sufrieran enfermedades crónicas, tanto físicas como mentales.
Fe y religiosidad popular
El anticlericalismo fue un argumento utilizado por la dictadura
para desacreditar y represaliar a los defensores de la legalidad republicana. Si bien es cierto que algunos grupos hicieron uso de la
violencia contra la Iglesia, la República había instaurado el laicismo y la libertad de culto. De hecho, hay personas en las fosas que
fueron fusiladas con objetos devocionales católicos.
Represión y control
Entrar en prisión conlleva la privación total de libertad y una vigilancia absoluta: rutinas supervisadas, censura, control de visitas,
revisión de pertenencias y una firme reeducación moral e ideológica. El individuo es desposeído de su identidad y se convierte en
parte de una masa uniforme de culpables. El fusilamiento será la
culminación de esta violencia.
Compañerismo
Las condiciones miserables de la prisión hacen proliferar la cooperación y el apoyo mutuo en la lucha por sobrevivir. Compartir el
tabaco, ayudar a leer el periódico y las cartas familiares, dividir un
peine en dos partes o escribir una dirección en un papel para pedir
ayuda o dar referencias, habla de la creación de vínculos afectivos
y de solidaridad.
Diferencias
No es lo mismo un botón de madera que un gemelo metálico y decorado. Tampoco es lo mismo un cinturón de cuero trenzado que
una simple cuerda para sostener los pantalones. La forma de vestir
es el reflejo de la clase social. La vestimenta y los objetos personales
también individualizan las personalidades.
Evasiones
La reclusión se traduce en una doble derrota moral: aceptar la
condena impuesta en juicios sin garantías y asumir la imposición
de un sistema antagónico a sus ideales. La supervivencia pasa, a
menudo, por encontrar vías de escape mental, como por ejemplo
fumar, jugar con objetos reutilizados o aferrarse a elementos que
evocan la realidad perdida.
Las señaladas
Entre todas las violencias que sufrieron las mujeres a manos de
un franquismo abiertamente paternalista y misógino, la condena
a muerte buscaba la eliminación de aquellas que la dictadura consideraba «rojas» irrecuperables. Las veinte fusiladas en Paterna,
comprometidas política e intelectualmente, fueron asesinadas por
salirse de la norma.
Añoranza
Afrontar el aislamiento y la incertidumbre de una vida entre rejas
intensifica la ausencia de las personas queridas. El recuerdo, con
frecuencia, se materializa a través de los objetos. Por eso, algunos
presos atesoran elementos personales que conservan del exterior
–una foto, una trenza. Y, a su vez, elaboran objetos con huesos de
frutas, piedras, hilo o esparto, que envían a sus casas.
Comunicarse
Durante los días, meses e incluso años que duran las penas, el contacto con el exterior se limita a las ocasionales visitas familiares
y a la llegada de la correspondencia. La escritura en la cárcel se
convierte en una tabla de salvación, al mantener vivo el vínculo
con el exterior a través de cartas y postales que relatan el día a día.
También el último adiós, expresado en la carta de despedida, se
escribe con lápiz.
No olvidar
A pesar del empeño del régimen franquista por borrar la vida y la
memoria de estas personas, las familias manifiestan su intención
de recuperar los cuerpos desde el mismo momento del asesinato.
Entre las prácticas excepcionales de resistencia está introducir en
la fosa –con la complicidad del enterrador– ramos de flores o elementos identificativos, como notas manuscritas con el nombre y
los apellidos de la persona fusilada.
Objetos familiares
La muerte del represaliado abre una grieta profunda. La angustia,
sin embargo, empieza antes, cuando la familia debe afrontar la
desaparición, el encarcelamiento y un juicio ilegal que culminará
con la sentencia de muerte. La pérdida hace persistente una herida
que se agravará con el estigma social de sobrevivir siendo familiar
de una persona fusilada.
Las familias son víctimas crónicas de la represión. Madres, padres,
maridos, mujeres, hijos e hijas de «rojos» y «rojas» sufrirán en
primera persona todo tipo de castigos y vejaciones. Afrontar este
trauma en un escenario de control asfixiante como es la dictadura
no provoca la misma reacción en todas las personas. Hay quien
olvida conscientemente debido al dolor y al qué dirán. Hay quien
elige el silencio y decide no hablar por supervivencia. Y hay quien,
en privado, se arriesga a mantener y transmitir la memoria a las
siguientes generaciones.
Especialmente, las mujeres harán de la casa un espacio de resistencia en el que, a escondidas, recordarán y hablarán de lo que fuera
está perseguido. A menudo, la ausencia se intentará paliar con los
objetos del familiar desaparecido, que perviven ocultos en los cajones y se atesoran para conservar su recuerdo.
SALA IV
CONSTRUYENDO MEMORIA DEMOCRÁTICA
Víctimas de la desmemoria
Después de más de ochenta años, las familias todavía tienen que
reclamar el derecho a recuperar sus desaparecidos y a que se haga
justicia. A la negación absoluta durante la dictadura, se añaden, ya
en democracia, varias décadas de abandono e inacción institucional. Solo en los últimos años, los poderes públicos han empezado
a asumir la necesidad de poner en marcha políticas públicas de
memoria.
El marco internacional de los derechos humanos reconoce el derecho a la memoria y la garantía de no repetición como pilares
imprescindibles de las sociedades democráticas. Este derecho re-
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